22/3/13

La verdad de la milanesa


O make me a husk
F.G. 

               Sabe que está dentro de la bolsa, pero por las dudas va palpando regularmente sus voluptuosidades por fuera de polietileno, incluso se detiene y lanza una mirada al interior. Recibe el brillo que lanza ese oscuro objeto. Le hace un nudo a la bolsa y continúa su camino.
                Hace unos minutos bajó del tren como siempre, y como siempre emprendió la caminata automática hasta su casa. Pero esta vez algo lo detuvo. Estaba expuesto como una mercancía en unos cajones que se ofrecían a la calle. Algo en la opacidad turgente de la cosa lo reclamaba.
                Dudó un instante, si preguntaba revelaría su ignorancia, pero el deseo pudo más.
                -Hola. ¿Qué es esto?
                -¿Esto? Brotes de soja-, dijo un hombre con delantal verde, mientras ya levantaba los otros cajones para llevarlos adentro.
                -No, no, lo de arriba.
                -¡Ah!- interrumpió la carga y se irguió en el umbral, de espaldas al interior confuso del local. –Es una milanesa.
                -Mmm… Claro… Perdón, ¿es de carne?
                -Bueno, sí. Lo que pasa es que algunos creen que la única carne es la de vaca.
                -Claro, el pollo también es carne.
              -Exacto- ahora el vendedor se asomó apenas, un esbozo de aproximación, para avalar ese saber compartido.
                Hubo un silencio. Había ganado un poco de confianza, pero todavía se sentía frágil. Seguir preguntando le resultaba penoso.
                -Entonces, es una milanesa de pollo-, se animó.
                -No, ésta no… De pollo no…
                -Ah. Perdón que insista, pero…
                -Por favor, no hay problema- dijo el hombre del delantal verde, y su apertura era todavía más humillante.
                -¿De qué es?
                -De berenjena.
                -Ah, de verdura.
                -De verdura- repitió el hombre para sí, y relampagueó una sonrisa resignada.
                Ofender era la último que hubiera querido. Otra vez estaba incómodo, no lograba una posición estable. Tenía que decir algo rápido, salirse del apuro.
                -¿Entonces, es carnosa, la milanesa?
                -Claro-, el hombre del delantal lo miró a los ojos-, ¿no ve el volumen que tiene?
                -Si, tiene razón. Deme una… no, esa no, la de al lado. Sí.
                -Me gusta cuando los clientes saben lo que quieren. Si no, le doy cualquiera. Aunque acá es todo de primera…
                -¿Qué le debo?- y ya sacaba unos billetes arrugados del bolsillo.
                -Tome, por ser la primera vez, se la regalo.
                Ahora estaba pasmado. Juntó fuerzas de broncas lejanas, acaso inventadas, para indagar un poco más:
                -Qué rebozado opaco que tiene.
                -No está rebozada. Nosotros no rellenamos con pan rallado para que pese más. Esto es pura pulpa.
                -Bueno, gracias. Muy amable.

                Ahora lleva la bolsa anudada y sabe que está por llegar, va sacando las llaves unos metros antes. Pero se detiene en la puerta y piensa una vez más en ese oscuro objeto, lo piensa con amor en su fragilidad, limpio de toda retórica. Recuerda vagamente el tallo único cortado de raíz, un ombligo mudo. Imagina un inventario de todas las milanesas del mundo, imagina una tormenta de arena, imagina las palabras que se van pegando al huevo. Una vez más palpa el oscuro objeto.