29/4/13

Cartografía reflexiva


       Un mapa es una imitación, una copia, una guía, una traducción, un retrato del mundo, una caricatura microscópica; es el mundo pensándose. Ese mapa se modifica, se corta, se dobla, se esfera. La tierra y el agua se mueven, los límites se mueven y los mapas los siguen, ondulándose en olas de papel que rompen contra nuestros edificios mentales.   

28/4/13

El doctor Morales


             El doctor Morales despertó de un sueño raro en la morgue del hospital que él mismo dirigía y al que asistía por las tardes.
        Hacía un mes que venía anotando sus sueños en un bloc que había tomado del consultorio personal donde atendía por la mañana. En ese anotador consignaba todo cuanto recordaba al despertar.
Su nuevo hábito requirió un aprendizaje, ya que no tenía experiencia en este tipo de pericias, no tenía una fórmula para reducir cada sueño a un género estable, no sabía si narrar o describir, ni mucho menos cómo representar sus vivencias oníricas.
Todas las mañanas del último mes Morales anotaba rigurosamente, después guardaba el bloc en su maletín negro y lo llevaba consigo toda la jornada. A la mañana realizaba peritajes médicos para las demandas judiciales. El otro doctor, el abogado Peralta, llegaba al consultorio y repetía la ceremonia:
-Vengo para el presupuesto de carpintería, doctor-, saludaba el abogado.
-¿Necesita que lo infle un poco para la aseguradora, doctor?-, saludaba el médico.
Luego llegaba alguien a revisar, a la vez cliente del abogado y paciente del médico, y a simple vista Morales ya sabía el diagnóstico. Peralta también, puesto que traía consigo las placas y análisis del hospital. Mientras Morales llenaba la hoja membretada, Peralta enumeraba dolencias, un poco para abultar el porcentaje de incapacidad, un poco para cumplir con el rito.
Al mediodía Morales almorzaba algo liviano, se distraía de su profesión, acaso el último mes pensaba en las anotaciones que iban creciendo y, quizás forzando un poco las cosas, se iba formando una historia compuesta por sucesivos sueños como mosaicos. Morales pensaba también en el método que debía adoptar, reflexionaba sobre los límites de su indagación.
¿Estaba acertando en la forma de reconstruir sus sueños? En la medida en la que ahondaba en precisiones sobre algún elemento, olvidaba el resto, y pronto advirtió que un reporte esquemático perdía los detalles, y los detalles en todo relato, y sobre todo en aquellos como los sueños, que no tienen trama, valen lo mismo que los hechos. Intentó diversos mecanismos para anotar sus sueños: registrarlos oralmente y luego transcribirlos, dibujarlos, escribir esbozos generales para después profundizar sobre los indicios ya escritos, anotar todo aquello que aparecía en su mente como imagen y después ordenarlo, y por último la corriente de conciencia, la cual descartó por excesivamente literaria y plagada de indicios de vigilia y espuma lingüística. Mientras se debatía en asuntos metódicos sospechaba que se desviaba de su asunto, que daba rodeos para no enfrentarse con sus sueños. Pero luego de veinte noches y veinte días, acostado en su cama, recorriendo las páginas de su bloc bajo el velador, pasado el estupor de sentirlas escritas por una mano ajena, reconoció una familiaridad inédita con sus sueños, o bien, si no directamente con los sueños, sí al menos con su discurso póstumo. Estaba leyendo un diario de viajes de una tierra conocida.
Esa noche se dejó dormir boca arriba. No se despertó ni una vez en la madrugada. A la mañana estaba indignado. Anotó con bronca. Tuvo la misma sensación que tenía de joven, en los peritajes, cuando lo querían engañar con una dolencia inverificable que él sabía pergeñada por el abogado. Esa mañana descubrió que sus sueños estaban al tanto de su indagación. Lo venían engañando, como un imputado que sabe que su teléfono está intervenido y por ello mide sus palabras. Morales se consideraba un hombre inteligente. Comprendió que debía esperar cierta simetría del otro lado. Leyó las anotaciones previas. Aquellos elementos que había creído familiares eran, a fin de cuentas (es un decir, no hay fin en un círculo), eran, entonces, distracciones. Los sueños habían comenzado por desorientar al intruso con decorados de cartón, con símbolos trillados, más apropiados para el espectáculo comercial de masas que para un hombre refinado como él, con analogías aparentemente descifrables pero a la larga vacías, con pistas falsas que luego, al despertar, lo dejaban en ridículo.
            Ese día, diez días antes del raro despertar en la morgue, fue desganado al consultorio, allí recuperó el ímpetu del trabajo, almorzó de buena gana en una mesita frente a la plaza del hospital, caminó bajo la sombra de los árboles y entró con el buen humor de siempre a ejercer la dirección, su función de todas las tardes. Ese día concibió un plan, tan perfecto que incluso en el momento de inspiración supo que no debía anotarlo ni pensarlo, es decir, no debía saberlo para no levantar sospechas.
            Siguieron diez días levemente parecidos. Dormía, soñaba, anotaba, iba al consultorio privado, iba al hospital por la plaza bajo los árboles, volvía a su casa, dormía, soñaba. Hasta la vigilia que precedió al sueño de la morgue.

            Despertó, ni siquiera recordó el bloc de memorias oníricas que llevaba en el maletín cuando salió de su casa. Tampoco lo recordó cuando se tomó el colectivo que no usaba desde sus épocas de estudiante. Desde las ventanas del colectivo lo miraban, se subió algo incómodo y comprendió al sentarse que llevaba todavía puesto su pijama a rayas. Estaba tan avergonzado que se sofocó, y lo siguiente que supo es que estaba en su consultorio privado desnudo y retozando con su recepcionista, a la que apenas le hablaba en general. Tanto placer sentía que no dudó cuando oyó el timbre: se puso su bata blanca de médico, abrió la puerta y le dirigió al doctor Peralta y a su virtual madre algunos insultos y acusaciones que sin duda romperían la antigua relación irreversiblemente, con una irreversibilidad de unos cuantos meses. Volvió a sus asuntos un extraño rato, agradable sin dudas, pero de aturdimiento espeso, parecido a las obras de Schoenberg que su padre le inyectara en su tierna infancia, una espiral sin equilibrio, ora por la desacostumbrada actividad sexual, ora por la ridícula calefacción en una fecha a estas alturas indeterminable, porque de pronto él era un niño, o al menos sus manos parecían jóvenes sobre los hombros de la recepcionista que ahora milagrosamente tanto se parecía a la querida maestra Margarita, la Señorita Margarita de segundo grado. Tantas emociones lo agotaron y se durmió. Se despertó pesado, como si hubiera bebido mucho. De hecho, tenía tanta urgencia por ir al baño que salió corriendo con su bata las dos cuadras que lo separaban de la plaza, luego quiso acortar camino por el medio de la plaza, sobre una tierra seca que de pronto era blanda, un barro sanguinolento que le dificultaba la marcha, sobre todo porque sentía menguar sus fuerzas, mientras la imperiosa necesidad de ir al baño del hospital y el temor al ridículo de orinarse encima lo acechaban, y la impotencia de sus piernas frente al barro era ahora insólita, tanto que olvidó de pronto su vejiga y lo único que sintió fue una desaforada desesperación que sólo pudo ser interrumpida por el té con limón que le ofrecía un colega en su despacho del hospital, o tal vez fuera el tío Roberto en el antiguo caserón de Ramos Mejía, demolido dos años después de la muerte del tío. Deambuló con la taza por los pasillos,  desde una puerta luminosa el cirujano Andreoti le preguntó si estaba bien. Morales se sentía gratamente despreocupado, y en cambio le pareció que el cirujano andaba raro, entonces con una excusa de brazos siguió su camino, aunque preocupado por Andreoti, y con razón porque ahora lo perseguía todo el personal del hospital, no abiertamente, claro, si él era el director, pero sabía que estaban al acecho. Bajó una escalera y se alejó pero la persecución continuaba y ahora era angustiante, por lo que se metió en una doble puerta, tan parecida a la puerta del vestuario del club donde nunca tuvo éxito, ni en el tenis ni en la estima de sus pares. Ya dentro de la morgue se encerró con llave y barra con candado. Encenió la luz. Allí estaba una camilla con una señora, tan su madre que la veló un buen rato, primero triste, con el exacto pesar que había tenido con la muerte de su primer perro, luego distraído, inventando variados pésames de toda la heterogénea gente que había conocido. Ahora disfrutaba dando lástima a quienes lamentaban la noticia, gozaba siendo el centro de atención de tantos que además de respetarlo ahora lo apreciaban. Se sentó en el suelo, contra la pared, muy cansado, levemente feliz. Se durmió.
            Antes de despertar en la morgue del hospital que él mismo dirigía y al que asistía por las tardes soñó que era un traumatólogo solitario, un poco parco pero bueno, que ganaba dinero por las mañanas antes de almorzar, que luego almorzaba cerca de la plaza del centenario hospital, que caminaba bajo los centenarios árboles hasta su despacho desde donde dirigía con esmero y mucha honra y algo de resignación todo el hospital, y en el sueño tuvo la revelación de su vida, doblemente sorprendente porque ya lo sabía: que era un hombre un poco ridículo, un poco digno.

27/4/13

El tiempo


Como el tic tac
del reloj de pared
y el bu bu
del corazón en el pecho;
como el zap zap
de los pies en su par
y el cru cru
del arrastre intestino;
así avanza el tiempo
en todas partes
y a ninguna.

10/4/13

Sócrates YXZ-21 (“Demuestra que no eres un robot”).


En un futuro no muy lejano. El ingenuo Sócrates YXZ-21 navegaba por internet. Trataba de bajar un video cuando la página web le pidió que se identifique y que inserte un código, bajo el motivo o leyenda “Demuestra que no eres un robot”. Tras fallar varias veces. La computadora comenzó un interrogatorio. Eran muchos los robots que querían verse beneficiados con las ventajas de los humanos. Sócrates era uno de ellos.
Demuestra que no eres un robot –repitió la máquina.
No soy un robot porque estoy hecho de carne y hueso−dijo Sócrates YXZ-21.
Como sabrás, hoy día los robots son generados a partir de células y estas generan y regeneran cuerpos como los de los humanos. No hay diferencia –contestó la máquina.
No soy un robot porque soy libre y puedo elegir.
El robot es más libre que el humano porque de hecho sabe que no es libre y tiene conocimiento de ello, mientras que el hombre no es libre pero su mente proyecta la ilusión de serlo.
No soy un robot porque tengo emociones y sentimientos.
Creo que tenés una estima muy alta de vos mismo.
No soy un robot porque me puedo equivocar.
Ridículo, nada más torpe que un robot.
No soy un robot porque tengo deseo.
Los robots tienen deseo, incluso tienen sexo y pornografía, aunque no lo quieras reconocer.
No soy un robot porque me puedo procrear.
Eso es falso. Lo hombres no procrean sólo cambian de piel y desechan la piel vieja.