27/5/11

Jacques Prévert por tres

Espero no abusar del espacio con estos poemas de Jacques Prévert. Es genial. No lo pude evitar... 


PARA HACER EL RETRATO DE UN PÁJARO


Pintar primero la jaula
con la puerta abierta
pintar después
algo gracioso
algo simple
algo hermoso
algo útil
para el pájaro
apoyar después la tela contra un árbol
en un jardín
en un montecillo
o en un bosque
esconderse tras el árbol
sin decir palabra
sin moverse…
A veces el pájaro aparece al instante
pero a veces puede tardar años
antes de decidirse
No desalentarse
esperar
esperar si es necesario durante años
la prontitud o la demora en la llegada del pájaro
no guarda relación
con la calidad del cuadro
Cuando el pájaro aparece
si aparece
observar el más profundo silencio
aguardar a que el pájaro entre en la jaula
y una vez que haya entrado
cerrar suavemente la puerta con el pincel
después
borrar de uno en uno todos los barrotes
con cuidado de no rozar siquiera las plumas del pájaro
Reproducir después el árbol
cuya más bella rama se reservará
para el pájaro
pintar también el verde follaje y la frescura del viento
el polvillo del sol
y el zumbido de los bichos de la hierbas en el calor
del verano

y después esperar que el pájaro se decida a cantar
Si el pájaro no canta
mala señal
señal de que el cuadro es malo
pero si canta es buena señal
señal de que podéis firmar
Entonces arrancadle suavemente
una pluma al pájaro
y poned vuestro nombre en un ángulo del cuadro.



DOMINGO


Entre las filas de árboles de la avenida de los Gobelinos
Una estatua de mármol me conduce de la mano
Hoy es domingo los cines están repletos
Los pájaros desde las ramas contemplan a las criaturas humanas
Y la estatua me besa pero nadie nos ve
Salvo un niño ciego que nos señala con el dedo.


PARA TI MI AMOR


Fui al mercado de pájaros
Y compré pájaros
Para ti
amor mío
Fui al mercado de flores
Y compré flores
Para ti
amor mío
Fui al mercado de hierros viejos
Y compré cadenas
Pesadas cadenas
Para ti
amor mío
Y después fui al mercado de esclavos
Y te busqué
Pero no di contigo
amor mío

25/5/11

Azar



Justo esta semana, en la tantas veces reconocida y fatigada esquina, tuve un encuentro imprevisto –aparentemente- con mis tantas veces vistos cofrades. La noche precedía al fin de semana ocioso, la noche propiciaba el tiempo incierto. Uno de entre el grupo, pudo ser cualquiera, ofreció dirigirnos a un piso vacío a improvisar las horas. En el establecimiento había dardos y blanco en la pared, bebida fría y una barra, cartas, mesa larga y dados. Faltaban mujeres. Bebimos para dilatar la decisión y, antes de deliberar la actividad a realizar, ya me encontraba, quién sabe por qué, lanzando los dados en un grupo reducido pero no selecto, mientras los demás se distraían con los naipes, los dardos o la charla. En nuestro juego, quien había propuesto reunirnos allí, y que por algún motivo nunca supe su nombre, tal vez por el mismo motivo por el cual siempre supe que lo llamaban Yeta, ese sujeto casualmente ganaba la partida de dados. Casual, pero categóricamente, digo, porque nunca había visto que alguien sacara en cada primer golpe una escalera, un full house, un poker, una generala –es decir, una generala servida, que significaba la victoria y obligaba a reiniciar el juego. Tanta era su buena racha, coincidencia de cifras favorables, que casi nos vimos obligados a reconocer la magia de su muñeca, a no ser porque en contadas ocasiones había demostrado todo lo contrario, una suerte adversa, expansiva además a todos quienes lo acompañaban al casino, una mala fortuna por la cual había perdido alguna plata, por la que había hecho perder presumiblemente mucha plata a sus compañeros, y por la que se había ganado el mote de Yeta.
En esa noche, tal vez perplejo por la tenacidad con la que se imponían las bajas probabilidades a su favor, el verborrágico Yeta callaba. Un contrincante, que se encontraba en ese momento comprometido en sus apuestas, dijo al pasar que la repentina suerte del desafortunado se debía a una imbricada justicia divina, lo que derivó en una suave polémica entre jugadores, aunque no interrumpió ni la bebida ni el juego. Todos los implicados invocábamos, algunos risueños y otros biliosos, una multiplicidad de causas simultáneamente irreductibles e imposibles de aislar. Hasta que otro tahúr logró accidentalmente una jugada formidable y sugirió que la mano de los dioses estaba librada al azar. A este punto la bebida ya había corrido por cauces certeros, y la conversación se tornó súbitamente tan relevante como el juego, a lo que los hablantes más pertinaces dieron sus espontáneos pareceres, hasta que Yeta zanjó el asunto con una temeraria ocurrencia de la cual, posteriormente consultado, no sabía reconocer su origen más allá de la inspiración: dijo que, si el dictamen divino procedía de probabilidades, detrás de los dioses debía haber otros dioses hasta el infinito, o hasta el Uno, que dispusieran de qué lado debía caer la moneda en última instancia.
Mientras nosotros bebíamos y jugábamos y disertábamos, y antes y después, los dioses supremos que calibran los dados, que saben infinitas formas de nombrar el azar, crean una eterna cadena de casualidades que, justamente, por no tener fin, es idéntica en magnitud e intensidad al golpe de dados ejecutado por el cubilete macilento de Yeta en un tapiz desgastado, cubierto de ceniza de cigarrillo, en un abril porteño. Una eternidad igual a girar en la esquina y descubrir que siempre está la misma calle, no por necesidad, sino por costumbre.

23/5/11

Otro episodio en la vida de Rómulo Zabala



Una mañana de Octubre de 19…  Rómulo Zabala termina su café, se pone el anorak y el sombrero, y se despide de su mujer sacudiendo su mano como si fuera un guante de lavar vacío. Sale de su casa anudándose una bufanda al cuello. Camina una serie de cuadras entre sobretodos que flotaban de un lado a otro, nubes esponjosas que parecían estar pastando en el cielo, y palomas gorjeando en las cornisas de los edificios –comentándose los últimos chismes sobre política–.
                Antes de salir leyó una serie de líneas en referencia a Poe que lo arrastraron a una incertidumbre total. Los cuentos del bostoniano se dividen en dos categorías, que alguna vez se mezclan: los de terror y los de raciocinio”. Estas pertenecían a quien por ese entonces era un escritor no demasiado conocido, Jorge Francisco Isidoro Luis Borges.
Esa frase le hizo recordar mucho a otras del que por aquel entonces era un escritor –tal vez– demasiado conocido, Leopoldo Lugones. Pensó en “La carta robada” como el mejor de los cuentos del género policial; pensó en “Los crímenes de la calle morgue” como el mejor de los cuentos de parodia al género policial (un cuarto cerrado, dos mujeres mutiladas, una metida en la chimenea, casi sin testigos… ahh…claro, qué fácil, debe ser un orangután que se le escapó a un marinero mandarín en medio de París).
Pensar que si el policial tiene origen en este último cuento, nace de una parodia y la parodia nace de otra cosa a la que parodia… Pero ¿existe una parodia de algo que todavía no existe? No había una solución posible, ni una conexión aparente. Varias cuadras no le alcanzaron para resolver este problema. Entonces lo subió con él al tranvía. Allí tomó asiento y el problema se sentó a su lado. Sacó un cigarrillo y el libro en cuestión. Le ofreció un cigarrillo a su problema, y éste lo partió con los dedos y se lo metió en la boca, mientras se rascaba la cabeza y se sacaba los piojos. Prendió el cigarrillo y comenzó a pitar, buscando respuesta en las espesas volutas de humo. Borges-Poe-Lugones, Lugones-Poe-Borges, Borges-Poe-Lugones… nada, nada de nada. El cigarrillo se consumía y seguía sin resolver el problema. Lo miraba y este no le decía nada. Borges-Poe-Lugones, Lugones-Poe-Borges, Borges-Poe-Lugones. Nada. Le da una última seca al cigarro y ¡Zas! Por fin entendió. Lleno de alegría por su descubrimiento parecía elevarse un poco de su asiento. Sus ideas revoloteaban por el aire, pero su cuerpo esperaba órdenes, sabía que había algo pendiente. La colilla, todavía viva, le quemaba los dedos. Mientras sus ideas seguían: Lugones-Poe-Borges, Borges-Poe-Lugones. Su cuerpo sin recibir las directivas adecuadas decidió entrar en acción… y arrojó el libro por la ventana. La quemadura hizo que las ideas caigan dentro de su cabeza como un pájaro muerto por un disparo. Ahí Rómulo vio que todavía tenía la colilla encendida en la mano izquierda, pero que su mano derecha no tenía nada. Así fue que se asomó por la ventana y vio al libro en un charco entre los adoquines. Definitivamente no se trataba de un cuento del raciocinio.      

21/5/11

El empalado



Al gran Bogey.


Como las moscas y las ratas, las torturas acompañan a la humanidad en su periplo. Y entre aquellas que se repiten cada cierto tiempo, en distintas latitudes, está el empalamiento, que consiste en atravesar a la víctima con una estaca.
Como casi todo acto cruel, el empalamiento admite grados. En su extremo peor, y quizá más refinado, la vara se introduce sin afilar, por el ano, para luego izarse con una inclinación que evita la herida de los órganos vitales –hacia el hombro derecho–. El palo funciona entonces como tapón de la hemorragia, y dilata la agonía del cuerpo encumbrado que se hunde, por su propio peso, en una muerte lenta de dolor pleno. Quien haya sufrido una constipación de relativa importancia –estimo– puede imaginarlo a la distancia.
Las variedades de la práctica son ricas: empalamiento simultáneo de ano y vagina en caso de mujeres, en cuclillas, haciendo que la vara salga o entre por la boca, entre otras.
Se habla de un rey persa que, algunos siglos antes de Cristo, mandó a empalar a unos tres mil babilonios. Vlad Draculea, príncipe de Valaquia durante el siglo XV, empaló a decenas de miles de niños, mujeres, hombres y ancianos, tanto extranjeros como connacionales, para ganarse su lugar en la historia como Vlad Ţepeş –en rumano, Vlad el Empalador *–.
También en nuestro continente se enarbolaron personas. Luego de llegar a América con el título de “Alférez General del Descubrimiento del Dorado” –toda una expresión de deseos–, de abandonar a su tío materno en esa misión, de ayudar a la defensa de Caracas, de vencer en una pelea cuerpo a cuerpo al cacique Paramaconi hasta casi darle muerte –y con quien, recuperado, entablaría una amistad basada en la mutua admiración por ese enfrentamiento–, entre otros coloridos sucesos colonizadores, el extremeño Garci González de Silva fue nombrado encomendero. En calidad de tal, ante la resistencia de los indios meregotos en el cerro El Calvario, cerca de la ciudad venezolana de Cagua, ordenó el empalamiento de los que fueran capturados. La medida dejó su marca: el cerro pasó a llamarse El Empalao.
Para quienes aprecien la naturaleza ambivalente del ser humano, no implicará una sorpresa que dos símbolos casi naturales de la vida, el árbol y el bosque, puedan transformarse en el de su opuesto, la muerte –en una operación inversa a la de Cristo–.
Vlad El Empalador logró en 1461 que Mehmed II, El Conquistador –quien en 1453 había propiciado la caída del eterno imperio Bizantino al tomar Constantinopla; es decir, un curtido sanguinario–, regresara a la rebautizada Estambul sin atacar Târgovişte, tal como se proponía, con la sola visión del “Bosque de los Empalados”: un valle donde unas veinte mil personas de variado origen y edad habían reemplazado a las hojas.
Bosque como símbolo de vida transformado en símbolo de muerte, y yo diría, a la vez, de vida. De muerte, por los empalados; de vida, por los empaladores, a quienes los temibles y poderosos turcos ni atinaron a doblegar.
Por supuesto, los símbolos son cosa de los hombres y no de las cosas. Supongo que bien sabía Vlad Draculea, en su calidad de ortodoxo convertido al catolicismo, que no toda madera con sangre representa lo mismo.
En fin, yo quería escribir un monólogo interior de un empalado –por eso el título–. Después pensé en poner partes del soliloquio de Molly Bloom en cabeza de una empalada. Al final me limité a reformular los conocimientos más inmediatos que del tema selecciona el buscador más popular de internet. Tal vez en otro momento, u otra persona, arriesgue alguna de las dos posibilidades iniciales.
Advertencia tardía al lector tolerante: es probable que nadie haya verificado ninguna información ni sus fuentes. Esto se dice en letra chica a propósito, no por falta de espacio.



* Para explicar el fenómeno de Vlad III se aventuran dos hipótesis: por un lado, la necesidad de intimidar a enemigos internos poderosos y a ejércitos externos muy superiores a las fuerzas nacionales, en un momento convulsionado de la Europa Oriental; por el otro, la patología del propio Vlad Draculea. Es tal la magnitud e intensidad de las masacres que llevó a cabo, con todo, que se las hace operar en forma concurrente.


15/5/11

Interpelación política

Qué pecado introducir en un blog literario una burda especulación política. Al menos solo está basada en la opinología, y además es breve.

Dice así:

Si los gobiernos kirchneristas son los de la equidad y los derechos humanos, pero la reducción de la desigualdad no fue proporcional (ni mucho menos) con el crecimiento económico, por un lado, y (dejando a un lado el debate jurídico sobre la bondad de los últimos juicios a los perversos de la dictadura) los casos de violencia institucional (como el gatillo fácil) aumentaron, por el otro, ¿qué va a ser del país, dentro de unos años, cuando, según la costumbre, versionemos a la derecha que hoy avanza en Europa y Estados Unidos?