Miro el reloj. El tiempo pasa. Sólo
faltan un par de horas para la ejecución. El guardia me hizo pasar un vino a
pesar de que lo tienen terminantemente prohibido (por los fluidos que salen con
la electricidad de la silla). Él tuvo compasión y siento su compresión, una
suerte de amor, tal vez no por mí, por la vida, o porque la cosa no sea
simplemente espantosa. Amor por la vida que se desprende de esa pena, de esa empatía.
Nada hace que las manecillas del reloj giren en sentido contrario, pero por lo
menos me voy con esa sensación de humanidad, de pertenencia, de cuerpo, de
sangre y sudor. Esa posibilidad de sentirnos vivos que nace y termina con el
cuerpo.
Los
uniformes llegaron, y sus mangas trataban de atraparme, de esposarme las
muñecas. Parecía un juego de manos, de niños, de villanos. Sentí odio por
ellos, no comprensión. Si hubiera tenido un arma habría disparado sin vacilación
alguna. Me atrapan. Los uniformes flotan alrededor mío, azules de gabardina,
como harapos olvidados. Flotan y me arrastran, me obligan, me apresan, me
odian. Soy un asesino, su asesino. Lo justo es que muera, que tiemble que vibre
y babeé. Lo justo y ordinario. Lo justo, lo necesario. Atan mis manos a la
madera con cintas de cuero y cadenas. Después me ponen esa inmensa campana como
secador en una peluquería de mujeres. Voy hacia lo que menos conozco, pero que siempre
me acechó como un fantasma o un intruso. Voy hacia allí, hacia su casa.
Comienzo a desprenderme de mi cuerpo antes de la ejecución. Mi cuerpo se pone
rígido, llora, grita. Le ponen un trapo en la boca. Le dan voltaje, temblequea,
se sacude, sufre, más voltaje y más vibración, y el olor a pelo quemado, yo me
voy y me veo de costado, de arriba, y no me gusta mirarme, pero me espío, espío
a mi cuerpo y huelo ese dulce olor a cuero quemado. Me voy flotando, pero
esquivo la casa de la muerte y me escapo, me voy a meterme a otro cuerpo, a
pelear con otros espíritus fugitivos que lo habitan, a acecharlos, a castigarlos,
a engañar a esos espíritus, a llevar a que ese cuerpo dude entre las
contradicciones de todos sus huéspedes y sufra, y cometa actos humanos,
accidentales, premeditados y crueles.