Volvió
del velorio. Había soportado todas las provocaciones a las que se expuso. La
muerte de un amigo, el reencuentro con viejos conocidos, los recuerdos que se suscitaban.
La aceptación del hecho parecía tan fácil que lo preocupó. Sabía que, aunque su
tristeza estaba controlada y no tenía mucho ánimo, no se podría dormir con
facilidad. La excepcionalidad de ese día había acumulado infinidad de
impresiones que todavía burbujeaban desordenadas. Buscó fotos viejas, quizás
para imponerse un duelo. Las repasó. Sabía que esa felicidad de juventud irradia
más por los años acumulados que por la imagen misma. Una foto en especial: hacía
30 años, en Córdoba, en la sala de una casa de piedra, con los cinco amigos.
Recordaba el momento de la captura. No estaba pasando un momento
particularmente feliz, aunque ahora parecía que ese viaje había sido mágico. Pero sabía que en esas vacaciones había descubierto algo entre las piedras de la casa. La
certeza, infundada para esa edad, la atemorizante e intensa premonición de la
melancolía. Dejó la foto de nuevo en su álbum. Lamentó que ya no podía sentir nostalgia como antes. Se fue a dormir con los avaros movimientos de una costumbre.