28/9/13

Gris, azul y negro

               Desde el umbral de la casa, Bautista Morales oteó el interminable rebaño gris que cruzaba con las ubres repletas el cielo pampeano, y caminó en dirección al monte. A la altura del galpón donde almacenaban alimento, encontró un ratoncito destripado y lo empujó hacia afuera de la huella con la punta del borcego. Hizo una pausa junto al molino, encendió un cigarrillo, y estudió por un momento el ojo cada vez más hinchado y azul del medio pez que flotaba a la deriva por encima del líquido negro del tanque australiano. Entonces se alejó un poco más, hasta allegarse al caldén que se inclinaba, aterido, frente al leve fulgor del poniente detrás de las nubes.
               – Hola angelito –le dijo Morales, descubriéndose la cabeza, a la cruz torcida bajo la cual yacía su única hija–. No vayas a mojarte y pasar frío.
               Apagó el cigarrillo y escupió junto a un brote de flor morada bastante crecido. Pronto llegaría la primavera. Una gota rotunda se le metió entre los pelos hasta el cuero cabelludo. Morales se volvió a calzar la boina, aplastó con un pie el retoño de la planta y emprendió la vuelta. Mirándolo a través del ventanal del frente de la casa, todavía convaleciente por el parto en el que había salvado la vida, y perdido la posibilidad de engendrarla, la figura de su esposa lo esperaba.

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