28/12/15

El sonido del mar

      Robot se quedó parado frente a la ventana del dormitorio del amo Nelson. Los rayos inundaban el habitáculo cuadrangular y estallaban en mil fragmentos dorados al cruzarse con la coraza metálica del sirviente. En un instante, Robot abrió los brazos, el sol chocó contra el marco plástico de la ventana, fluyendo oblicua y subrepticiamente adentro, como una ola, y sin pedir permiso, un acorde grave se coló desde el living hasta lo profundo del circuito electrónico del mayordomo. Robot suspiró largamente, intuyendo las manos amarillas de Kaiutsi sobre las teclas blancas y negras del gran piano de cola.
      Una melancólica incomodidad lo sobrecogió. Se figuraba de manera borrosa la imposibilidad de intentar algún gesto de amor hacia ella, como una barrera inquietante, una carga lúgubre que contenía un movimiento indefinido de desenlace atroz.
      Kaiutsi lo llamó. Se dio vuelta y se sorprendió en el espejo: un objeto entre otros objetos. Acudió corriendo.

      Robot preparó las valijas y cargó el vehículo. Desde la ventana del living, vio su cabellera negra perdiéndose entre los edificios, batida por el viento. Se iban una semana a la playa. Para Robot era lo mismo que un instante, o una eternidad. Volverían mugrientos. Se sentó en el piano. Aprendería a tocarlo, a tocar su canción favorita, la que murmuraba al despertar, la de notas graves y profundas. Un día, así, le enseñaría todo.

      Se hallaba sumido en la limpieza de las hendijas del mueble de madera y vidrio, una de sus tareas programadas, cuando llegaron. Le ordenaron que bajara las cosas. Los oyó conversar con sus familiares y amigos, contando pormenores y generalidades de su estadía fuera de casa. Kaiutsi repitió algunas veces que el mar sonaba como su canción del piano. Se sintió ajeno. En un descuido, Nelson lo encontró mirando el espejo. Algo en la mirada del amo le dio miedo. De una manera instintiva, extraña a su naturaleza, rompió el vidrio y saltó por la ventana.

      Huyó escondiéndose de la gente. Mucha gente. Algo le indicaba la dirección hacia donde debía avanzar, más allá de los edificios. Era un sonido, casi imperceptible al principio, que fue haciéndose más fuerte con el transcurso de las horas.
      Corrió por las rocas y la tierra, hasta que el sonido se convirtió en una melodía nítida, muy grave, y entonces lo vio: un campamento de robots, junto a un gran pozo. Lo recibió un viejo modelo, V725, que le explicó la filosofía y el funcionamiento del lugar. Ellos vivían en libertad, emancipados y unidos, trabajando en común por y para todos. Robot le preguntó si eso era el mar, pero no supieron responderle.
      V725Le presentó a Luck, como le llamaban, el primer rebelde, el pionero, el iluminado, el inspirador. Estaba muy desmejorado, casi no podía moverse, pero su sonrisa franca y plena infundía esperanza. Luego le presentó a MacZ, el encargado de extaer el equipo de monitoreo interno y desviarlo, para que no los ubiquen. Era algo doloroso, pero necesario, le aclaró, sin margen de opción.
      Robot acompañó a MacZ a una gran sala equipada con máquinas. La luz blanca y potente borraba los perfiles de las cosas. MacZ encendió un aparato que emitía un sonido grave y le dijo que todo iba bien. Robot cayó al piso, inanimado. Un instante después, un carro llevó sus restos al pozo de chatarra, donde separaban las piezas y las enviaban a los centros de reciclado.

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