11/6/11

Vuelta a casa


i.

Es de noche. Hace frío. La calle de mi casa está vacía. En una vereda, las hojas amarillas del otoño brillan bajo. De la otra, la luz naranja de la hilera de faroles fluye hacia las copas de los árboles en fila. A la espalda de los postes de luz, las casas velan, serenas, por las personas que en ellas duermen o se desvelan. La calle está vacía, y es una delicadeza: el silencio suena en el aplauso de una mano, y es indecible su belleza.


ii.

Sonrío por las flores rosas y blancas de una planta. El perro mira y mueve el rabo.


iii.

del muro del claustro
pende un árbol
que me sorprende:
a través de los años
no cae
ni crece


iii.

               ¿habrá cedido
hasta la piedra?

me acerco y miro
aún resiste:

en su cumbre duerme
acurrucado­
un tallo pálido
verde


ii.

De pronto recuerdo cómo luchábamos con mi perro en otro tiempo, cada uno en cada extremo de esta soga. Hoy paseamos como dos viejitos tomados de las manos. Él ya no ladra. A mí no me molestaría.


i.

Demorado en nimiedades descubro
sutiles afines:
al viento los árboles cantan,
bajo la lluvia aletean
–pienso que el ave es el gozo del árbol,
o la emulación venerante
de su templo dios.

Llueve
y yo vuelvo al lugar
donde quisiera
surcar la palabra
hasta alcanzar la indicencia

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