28/12/11

El último pájaro en Corrales

Miguel, hijo único de uno de los indios de Corrales corroídos por el salar y –viejo y viudo– erosionado por la vida, soñó el canto de un pájaro.
Giró y se retorció por el desarrapado colchón, una y otra vez, hasta que despertó y se quedó boca arriba, quieto, desnudo, mirando las gruesas hebras desteñidas del techo de paja en el revés del día.
Por un tiempo incrédulo, indefinido, repleto de calor y resignación, y quizá indiferencia, creyó soñar el sonido acérrimo, contumaz, que surcaba el aire todavía.
Al fin, cansado ya de esperar sin despertarse, se incorporó entumecido, caminó con agobio a la ventana, movió el género negro que la cubría y lo vio.
Sobre el poste podrido, un poco a la izquierda y allá, un pájaro negro, confiado, cantaba.
Su panza, gorda y roja, hermosa, vibraba al silbar.
Toda la poca niñez que quedaba en los doce años de Miguel fulguró en su mirada, relució en su cuerpo rígido, tenso, conmovido por ese ser maravilloso, extraviado, pronto mustio, precioso, ya umbral aciago.
El único pájaro que Miguel había visto en su vida, hace años –el último pájaro que se había visto en Corrales–, era más pequeño que este, y como enfermo.
Lo había llevado el cura, en su visita de verano, en una jaula mordida de óxido.
Su canto se volvió triste en un día; al otro, susurro gemido.
Los indios lo miraban, en misa, con la lástima que el cura sentía por ellos.
Dos o tres viejos, nomás, hablaron de otros, contaron de antes.
Con sumo cuidado, procurando silencio, Miguel sacó la manta que tapaba la ventana y la dejó a un lado.
Palpó una ranura y metió la mano en la pared, hasta donde pudo; primero con esfuerzo, después con dolor, al fin con sangre, y la cerró en un puño.
Tomó carrera y lanzó afuera, con fuerza, el pedazo pesado de piedra y de barro.
Con fe, azar o certeza: el ave se desplomó en el suelo lo mismo.
Miguel corrió y tomó al animal que se agitaba, apenas, con las alas abiertas, mullidas, entre sus manos, como un caldo febril de plumas y sangre, de rojo escurrido entre negro.
Desnudo como iba, Miguel corrió al pueblo.
Hubo revuelo, de noche hubo fiesta.
Ese fue el último pájaro que Miguel vio en su vida.
El último que se viera, de paso, en Corrales.

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