Con un lánguido “bueno”, Álvaro se dio por notificado.
– ¿A dónde vas mamá? –preguntó Elenita, recién aparecida en
lo alto de la escalera.
– Voy a hacer algo y vuelvo, no voy a tardar mucho, mi amor,
¡muá! –le tiró un beso por el aire– ¡Álvaro, terminá la tarea y cuidala a
Elenita! –gritó, y agregó en voz baja, guiñando un ojo– Cuidalo a tu hermano,
¿sí, mi amor? –e intercambiaron besos aéreos, sonrientes y cómplices.
Álvaro oyó las llaves accionando la cerradura, esperó los segundos
necesarios de por si acaso, bajó las escaleras, y se desparramó a lo largo del sillón.
– Al fin la paz.
Unas trescientas doce veces accionado el control remoto
después, Elenita bajó corriendo las escaleras, se paró en seco al lado de Álvaro,
se sacó ruidosamente un chupetín de la boca, y escondiendo las manos detrás de la
espalda, panza en alto, declaró:
– Sé un secreto. No lo voy a decir nunca.
– ¿Te lo contó Juana? –preguntó Álvaro, sin dejar de hacer
zapping.
Elenita movió la cabeza despacio, arriba abajo.
– ¿Es algo de un chico? –arriesgó Álvaro.
Elenita se quedó mirándolo fijo, estupefacta.
– ¿El hijo de la quiosquera? –preguntó al fin, con una
sonrisa mordiente.
Como un cohete rebosando adrenalina, Elenita voló a refugiarse
entre sus muñecos, que la respaldaron en forma unánime: ella no había dicho
nada, nada, nada.
Unos doscientos cincuenta y ocho canales cambiados más
tarde, la puerta se abrió: Juana, que volvía de hockey. Tiró el bolso y el
palo por ahí, arrastró su cuerpo hasta la heladera, tomó del pico casi la totalidad de la
jarra, y cuando pasaba por detrás del sillón, rumbo a la escalera, sin
sacar los ojos de la tele, Álvaro le espetó:
– ¿Ah, no saludás ahora?
Juana se detuvo a pensar por qué motivo el idiota podría haberle preguntado eso, pero no encontró ninguna pista.
– ¿…que estás de novia con el quiosquerito? –remató burlón,
tras la pausa justa.
Juana trotó furiosa escaleras arriba.
– ¡¿Le contaste al tarado ese?! ¡¿Sabés qué?, ahora por
forra no te voy a regalar más golosinas!
Y el desenlace cantado: Elenita llorando públicamente su
inocencia, y Juana en secreto –en la ducha– su desnudez. Sin dejar de hacer
zapping, retozando en el sillón, Álvaro repudió esa telenovela doméstica y se
auguró un futuro dulce, promisorio.
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