28/6/13

El crimen terrible

La turba se detuvo frente a la casa, a los pies de la escalera. El sol se ahogaba, chisporroteando, en el borde último de la llanura, pero la estancia permanecía a oscuras. Una mujer alta y huesuda salió a la galería.
– Hola Julia.
– Sergio.
– Tenemos que pasar –se excusó Sergio.
– Luciano está armado –advirtió la señora.
– Hay muchas armas –contestó él, abstraído, señalando hacia atrás.
Del fondo de la casa llegó un alboroto.
– Nadie va a tener que pasar –pronosticó un viejo, y tosió satisfecho unas risas roncas y afónicas, parecidas al ladrido de un perro.
En efecto, un grupo de hombres apareció con otro, visiblemente joven, sujeto de pies y manos.
– Quieto, monstruo –amenazó alguien.
La orden fue eficaz. Mientras algunos hacían un gusano de los brazos y el torso del reo, envolviéndolos en una soga interminable, la luz irreal de la luna iluminó miradas tristes.
A los empujones, por la huella, la gente fue arrastrando al pueblo al arrestado. Cuando los faroles dejaron de ser un vago resplandor, el criminal cambió quejas y súplicas por lamentos penosos. Tanto, que alguien le puso un género en la boca, y el muchacho ya no pudo más que gemir.
Así llegaron a la plaza, donde el fogón, carpiendo, esperaba.

Lepidopterología

El viento movía los árboles y la enredadera. Los pétalos caían y, aleteando, ensayaban un vuelo irregular y fucsia. Se posaban en el ligustro y después en una mano blanca, casi transparente, que exhibía sus venas sin pudor. Una estatua de una sílfide observaba, con los brazos levantados y la espalda arqueada, un atardecer gris, mientras un chorro de agua salía por su boca. En el fondo, los árboles pelados dirigían sus brazos retorcidos hacia el cielo, como un brote de locura. Todo, en breve, nace y muere.

20/6/13

Mensaje gatuno

En el escritorio de la computadora tengo una nota de windows que me ayuda a que no se me pasen los 28 de cada mes. Dice: "Publicar en el pabellón!". Hace un ratito, desde la cama, vi a mi gata lamiendo la pantalla, apoyada encima del teclado. Le chisté, la llamé, chasqueé los dedos, nada. Cuando me levanté a sacarla, finalmente, encontré esto, escrito en esa nota:

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Algunos dicen que los gatos son extraterrestres, para otros son dioses. Por si acaso, cumplo con el encargo editorial.