28/6/13

El crimen terrible

La turba se detuvo frente a la casa, a los pies de la escalera. El sol se ahogaba, chisporroteando, en el borde último de la llanura, pero la estancia permanecía a oscuras. Una mujer alta y huesuda salió a la galería.
– Hola Julia.
– Sergio.
– Tenemos que pasar –se excusó Sergio.
– Luciano está armado –advirtió la señora.
– Hay muchas armas –contestó él, abstraído, señalando hacia atrás.
Del fondo de la casa llegó un alboroto.
– Nadie va a tener que pasar –pronosticó un viejo, y tosió satisfecho unas risas roncas y afónicas, parecidas al ladrido de un perro.
En efecto, un grupo de hombres apareció con otro, visiblemente joven, sujeto de pies y manos.
– Quieto, monstruo –amenazó alguien.
La orden fue eficaz. Mientras algunos hacían un gusano de los brazos y el torso del reo, envolviéndolos en una soga interminable, la luz irreal de la luna iluminó miradas tristes.
A los empujones, por la huella, la gente fue arrastrando al pueblo al arrestado. Cuando los faroles dejaron de ser un vago resplandor, el criminal cambió quejas y súplicas por lamentos penosos. Tanto, que alguien le puso un género en la boca, y el muchacho ya no pudo más que gemir.
Así llegaron a la plaza, donde el fogón, carpiendo, esperaba.

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