Jamás hubiese imaginado que pudiera pasar en un tren. Que
además del placer de conseguir asiento pudiera hacerlo delante de una mujer, y que
esa mujer además pudiera llamarle la atención. Jamás hubiera pensado en
descubrir el atractivo de una mujer improbable en un lugar improbable frente a
su propio asiento improbable. Menos hubiera creído que pudiera ser agradable el
ejercicio de inventariar atributos, indagar las causas del gusto durante medio
viaje. Nunca hubiera consentido esperar un efecto recíproco, vergüenza le
hubiera dado imaginarse interesante, ridículo tomarse la segunda mitad del
viaje para evaluar su propia imagen, el misterio que podía transmitir su cuerpo
sentado, la actividad que podía insinuar su vestimenta, el efecto de sus
facciones, su forma de plantarse en el mundo, a los ojos de ella, una mujer
improbable en un momento improbable atendiendo asuntos ya impensables. Que al
momento de bajar del tren establecieran algún contacto rayaba la estupidez. No
cabía la eventualidad de concebir un cruce fortuito, no había ocasión donde pudiera
abrirse una serie de probabilidades inexploradas. Menos aún que cada serie
abierta por el azar impulsara nuevas series hasta el infinito. Jamás hubiese evocado
premisas tan improbables. Y menos que menos dentro de ese cálculo imposible,
fuera de la órbita del azar, aún menor entonces era el riesgo de anticipar un porvenir
concatenado, una visión del recibimiento con cara de expensas, un relámpago
sombrío de lo que jamás hubiera podido llegar a ser, lo opuesto improbable de
ese entusiasmo imposible. No llegó a sentarse en el asiento que apenas alcanzó
a ver libre por un momento, detrás de los cuerpos, y viajó parado, acaso divagando
chatito, antes de llegar, quizás sea profesor, imaginó la mujer sentada.
5 comentarios:
Nunca digas nunca digas nunca.
Entrada número 100. Creo que merezco un vino, o un bon-o-bon. Lo someto al Tribunal. Por esta primera centena, y por la próxima. ¡Salud!
Entrada nro. 100 y no le embocás al formato establecido. El Tribunal sentencia que te las pateás.
Creo que el papelón del camel en la entrada número 100 es imperdonable. Es como que a Leonardo Simons se le caiga el panel de tatetis en el programa número 200 de Tate-show. Debería pagar la multa con un bon-o-bón de vino.
Donde dice "un bon-o-bón de vino" ¿hay que leer "una caja de vinos"?
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