28/11/13

La gran cordillera blanca


               Los tres alpinistas hicieron cumbre en el pico superior del cerro más alto de la gran cordillera blanca, pero una tormenta repentina les impidió regresar a tiempo. Acostados sobre la nieve, metidos –envueltos– en la carpa ínfima, sin armar, que llevaban consigo, establecieron turnos de media hora durante los cuales uno dormía –o dormitaba, o lo intentaba– en el medio, mientras los otros dos resistían.
               La tormenta pasó y al atardecer del día siguiente llegaron al refugio, donde dieron la franca impresión de estar muertos. Los desnudaron a unos metros de la chimenea, les dieron cucharadas de sopa en la boca y los metieron en las camas angostas ubicadas junto al hogar, pero no se durmieron.
               De manera espontánea y mecánica, como un fluido hipnótico, se fueron contando –con la voz que les quedaba en el cuerpo, entre el susurro y los gruñidos– los sueños que habían tenido en la cumbre de la gran cordillera blanca: un apuñalamiento; el llanto de un sordomudo; un sol rojo, inmenso, parpadeando en el centro de un cielo rojo; las risas agudas de gaviotas borrachas; un durazno gigante rodando barranca abajo; el fuego de una vela ardiendo sobre la superficie de un lago, de noche; un niño pateando una pelota peluda; las caricias arrugadas de una anciana...
               El refugiero los iba anotando en su diario, sorprendido de la nitidez de esos recuerdos y comprendiendo –de a poco– que ya no se podía hacer nada más por esos tres alpinistas, que no habían vuelto, que ya nunca volverían.
           
               A miles de kilómetros de distancia, unas pocas personas de distintas edades soñaron borrosamente con una interminable tormenta en la cumbre del pico superior del cerro más alto de una gran cordillera blanca; con un apuñalamiento, el llanto de un sordomudo, un sol rojo, inmenso, parpadeando en el centro de un cielo rojo, las risas agudas de gaviotas borrachas, un durazno gigante rodando barranca abajo, el fuego de una vela ardiendo sobre la superficie de un lago, de noche, un niño pateando una pelota peluda, las caricias arrugadas de una anciana...

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