28/4/14

Malena

                Cuando a Malena le pidieron ayuda para cruzar la avenida, estaba pensando en cualquier cosa, pero tuvo la inmediata reacción de aceptar con sonrisa cálida, cosa que la hubiera enorgullecido a no ser porque quien la reclamaba era ciego. Por lo tanto, no estuvo muy segura si su gesto, envuelto en el ruido de Callao, fue bien comprendido por el ciego. Seguro, dijo con voz clara, y ya estaba ofreciendo su brazo.

                Un cuerpo despedido hacia un costado, una cadera golpeando el asfalto, el bastón rodando un poco, los anteojos revoleados pero aun colgados de la oreja, la confusión de un hombre que yace a un costado de la senda peatonal, una enfermera paralizada en una postura absurda. Los elementos dispersos van cobrando sentido a los ojos de los caminantes, en el extrañamiento inaudible de los automovilistas detrás de los parabrisas. La enfermera, Malena, empujó a un ciego y lo arrojó al medio de la avenida.


                Esa escena mental se formó en el aturdimiento de Malena mientras cruzaba Callao y empezó a creer que el ciego le estaba tocando el culo y sólo atinó a desplazarse de lado, aunque el ciego la siguió y le volvió a agarrar un cachete del culo y Malena cada vez más desconcertada quiso apurar el paso y nunca una avenida fue tan larga de cruzar ni la dirección tan incierta, aunque se dejó llevar un poco por el ciego hasta la vereda, donde pudo zafarse y caminar rápido hasta su casa y una vez adentro pudo gritar.
                Gritar, en parte por odio al ciego, pero también y un poco más porque no supo reaccionar como debía, como se merecía, pero también gritar porque la insistencia de la mano del ciego bien podía ser una verificación de insolencia, aunque quizás, si bien esto era improbable, una confianza en ella y su guía por un cruce difícil, y gritó, gritó mucho por el calor en la cara y por encontrar un poco de certidumbre.

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