Cristales de sal microscópicos descansan sobre
la arena de sol, mientras la playa absorbe por minúsculos agujeros el agua que
dejan las olas cuando se marchan. El brillo de la espuma queda abandonado,
junto a las algas que yacen ahogadas por el aire. Arriba las nubes esponjosas
sobre el azul del cielo. Debajo de su sombrilla, el bañero se protege del
viento con un cartón que sostiene con las piernas y mira a las pocas personas
de la mañana. Una pareja obesa camina de la mano, se detienen, estiran una lona
y se sientan cerca del mar. El hombre saca el diario y se pone a leerlo. Prende
un cigarrillo. Para no interrumpir la lectura lo mantiene en la boca, debajo de
su mostacho. Gotas de sudor se acumulan en su sien como una coca-cola
condensada, para después ir cayendo por las mejillas curvas hasta alcanzar el
diario y mojarlo. Ella mira el horizonte, con los ojos achinados. La maya
enteriza cubre de negro su cuerpo pesado. Algunos pliegues de grasa se esconden
debajo de la tela y transpiran a la sombra, mientras otros rollos fieles se
pegan a esta como la piel de un lobo marino.
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