Miriam puso una flor marchita sobre el cuerpo de Julieta. Sobre lo que
habían dejado de su diminuto cuerpo. Se besó los dedos índice y pulgar, los
llevó hasta la frente hueca de la niña y escupió la tierra.
–El enjambre de mosquitos la alcanzó camino al refugio, Joe –le contó a
la noche, mientras tomaba la porción de mate cocido, aguado, que le sirvieron.
–Mierda –dijo Joe, observando la nada en la madera de la mesa.
Joe le dio una palmada en el hombro y siguió hacia otra mesa. Julieta
era una huérfana de la ciudad de Fuérrago. Había llegado hace pocos días y se
había encariñado de una manera especial con Miriam.
–No se puede esperar nada bueno hoy en día –bromeó Horacio, borracho y
triste.
Joe había viajado de Canadá, indignado por la guerra biológica lanzada
sobre el sur, y era el encargado de la resistencia en el área 7. La
modificación genética de los mosquitos había sido un éxito instantáneo para el
ejército invasor. Los insectos se reproducían con tanta velocidad y en tal
número que varias generaciones de una misma familia succionaban a la víctima en
unas pocas decenas de segundos. Los países afectados no descubrieron el
antídoto a tiempo y el tendal de muertos resultó contundente. Los cadáveres de
las vacas parecían perros, los de los perros, pollos, y los de los pollos, ratas.
Joe hacía lo que podía, pero sabía con una certeza rotunda que en ese
lugar todo, absolutamente todo, era en vano.
El muchacho acongojado que ahora le contaba la muerte de su hermano
sufriría mañana el mismo final y su abuelo adoptado ayer lloraría partido en
mil pedazos ese drama en la tragedia. Joe le daría unas
palmadas en el hombro, pobres criaturas, y caminaría unos pocos pasos hacia la
próxima historia.
2 comentarios:
Pese a las difamaciones, blasfemias y espíritus ofendidos, comento. Lo leí el otro día y me gustó mucho. Creo que tenemos material para armar algo de ciencia ficción medio bizarro.
Jaja tenemos que hacerlo
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