29/4/16

Ensoñación de los mares del Sur

Te ruego, amable lector, que tengas fe en lo que digo como si lo hubiese demostrado a costa de tu paciencia y de la mía.
Thomas De Quincey.  Confesiones de un comedor de opio inglés.

Se llama enseguida al rastreador, que ve el rastro y lo sigue sin mirar, sino de tarde en tarde, el suelo, como si sus ojos vieran de relieve esta pisada, que para otro es imperceptible.
Domingo Sarmiento. Facundo.

PA PA PA PARARARÁ
Take the A train. Versión de Clifford Brown

Soy comerciante. Vendo ropa y recuerdos, principalmente a los turistas que vienen desde extremo Occidente, desde atrás de la puesta del sol, a la isla de Koh Samui. Vine de Israel, pero pasé por algunos puertos antes de llegar a Tailandia, antes de llegar a este lejano Oriente. Tengo templada la paciencia del que espera sin desesperar. Me gusta la última frase, voy a encargar que la graben en placas imitación madera con imán, algún detalle simple que dé sensación de sabiduría oriental, puede venderse de a cientos. Tengo delineada en mi cara la fisonomía de lo que ciertas imágenes reiteradas fosilizaron en la estampa de un persa milenario. Sé muy bien de esta economía de imágenes, por un lado debido a mi oficio, que me educa y me obliga en el ejercicio de rastrear, en los gestos concurrentes de los compradores, su interés por el intercambio, en la constitución del hábito de su semblante, el precio que desean pagar; y conozco, por otro lado, en virtud de mis inclinaciones literarias, que por otro lado me forjan un histrionismo depurado en la negociación, una dicción que cumple con las exigencias del texto recitado, conozco, decía, la vulnerabilidad de las tipologías de mi costado comerciante, descubro la maravilla del acontecimiento inesperado en la venta reiterada a oleadas de visitantes siempre iguales como granos de arena, siempre distintos como granos de arena. Yo soy un vendedor más que debe ser único para concitar la atención, el turista que es uno más debe ser único para reclamar las musas de mi esfuerzo. El comprador es una invención mía, un sudamericano que carga con la fofedad de las clases medias. Soy un vago recuerdo, una fabulación esquemática de las memorias del turista. En este juego de incertidumbre, quizás ambos seamos imaginados por un tercero, un inglés comedor de opio del siglo XIX. Pero al descubrir que somos meros fantasmas, al rastrear a nuestro creador, ya no tengo claro quién fabrica a quién en esta migración de avatares. Ya no hay diferencia entre el original y la copia, que es lo que siempre les digo a mis clientes cuando pretenden relativizar el valor de la mercadería y yo puedo ver en un gesto nimio todo el pasado, el avión, la espera para abordar el vuelo, hasta el último chucho de frío al bajar de la línea A de subterráneos en el andén ventoso.



No hay comentarios: