28/9/16

Sociología de los cerdos

Había una vez tres cerditos: uno pobre, uno ni rico ni pobre y uno rico. No eran hermanos ni vivían en el corazón del bosque. Su única vinculación era la especie y la lengua cerdilicia. No había entre ellos una concepción de grupo ni de comunidad. Se podría afirmar que sólo eran cerdos sociales (un poco frívolos, un poco indiferentes). Cada uno provenía de un estrato social distinto y fue educado con modales e ideas disímiles.
El primero, el más pobre, se construyó una casa de paja. No era la mejor casa: tenía sus goteras los días de lluvia, pero era lo que este cerdito podía pagar. Era visto como vago y perezoso por el segundo (que era bastante prejuicioso). Este último no entendía por qué no se construía una casa mejor. Le parecía que era lábil y de mal gusto. También le molestaban sus modales bruscos (mostrar los granos de maíz mientras come con la boca abierta), sus faltas de ortografía y que ponga la música a todo volumen. “Debe ser un chancho mestizo, salvaje”.
Una sucesión de hechos hicieron que las cosas cambien. Un anillo bañado en oro rosa de la esposa del cerdito ni rico ni pobre despareció de su casa. Las miradas cruzadas y las sospechas comenzaron a hacerse lugar. No encontraron pruebas, pero socialmente se culpó al cerdito pobre. Había estado arreglando el techo de la casa del cerdito ni rico ni pobre.
Otras cosas empezaron a desaparecer durante la noche. La sociedad de cerdos estaba preocupada. Escandalizada. Echaron al jefe de la policía. Era un cerdo. Un cerdo policía. Y decidieron contratar lobos. El oficial Wolfenmalen quedó a cargo de la comisaría 127. Era famoso por sus dientes y garras afiladas, por su mal carácter y por tener unos pulmones que podían tirar una casa abajo.
Los lobos habían rodeado la casa del cerdo pobre. Con un megáfono le insistían para que saliera, lo amenazaban. El cerdito repetía “soy inocente, hasta que se demuestre lo contrario”.  Y Wolfenmalen sopló y sopló hasta que la casa derribó. El cerdito pobre salió corriendo y se metió por la ventana de la casa del cerdito ni rico ni pobre. Este último lo quería entregar, pero el pobre trabó la puerta y se tragó la llave. “Soy inocente hasta que se demuestre lo contrario”, les repetía a Wolfenmalen y los suyos.
La casa de cerdo ni rico ni pobre era de madera. No tan precaria como la de paja, incluso algo más resistente. Pero Wolfenmalen aspiró y aspiró arrastrando ovejas, árboles, cercos inflando sus plumones al máximo. Cuando sopló un remolino salió de sus fauces y destruyó la casa.
El cerdo pobre escapó y secuestró al cerdo ni rico ni pobre bajo amenaza (un cuchillo filoso-filosísimo en la yugular). Se escondieron entre los arbustos. Corrieron y corrieron. Saltaron un paredón. Hasta que se metieron en la propiedad del cerdito rico. El mayordomo del cerdito rico, al ver que había intrusos en la propiedad, soltó a los perros. Los perros se babeaban con sólo pensar dar una probadita a esa panceta movediza.
 Finalmente los chanchos forzaron una puerta y entraron. Recorrieron la casa en busca de un escondite. Los pasillos eran interminables, llenos de cuadros, tapices y alfombras lujosas. Estaban asombrados.
Entraron en un cuarto y estaba el cerdo rico, leyendo en un sillón. Interrumpió su lectura, se acomodó el monóculo, y le dijo “¿Qué precisan los señores?”.
“eehh… queremos aprender un poco acerca de… literatura”. Uno de los cerdos espío el título del libro que estaba leyendo y mencionó al autor entre otros grandes clásicos como Honorato de Cerdac, James Joinks y Geoffrey Chanchaucer.
“Qué oportuno”.
El cerdo rico les explicó acerca de diferentes teorías y posibles lecturas que podían hacer.
Wolfenmalen amenazaba desde afuera, pero nadie escuchaba nada a través de esos gruesos muros de piedra.  Sus plumones soplaron y soplaron, aunque no pudieron derribar la casa.
Cuando el cerdo rico terminó de responder cada una de sus infinitas preguntas. Tocó la campana, para que el mayordomo los echara.
Los cerdos fueron a parar a la calle y allí Wolfenmalen los apresó. Al cerdo pobre lo arrestaron por ladrón y fugitivo, al cerdo ni rico ni pobre por encubrimiento.
Esta es la historia de los tres cerditos sociales y del autoritario lobo feroz.

Y colorado colorín, esta historia ha llegado a su fin.

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