Había
una vez tres cerditos: uno pobre, uno ni rico ni pobre y uno rico. No eran
hermanos ni vivían en el corazón del bosque. Su única vinculación era la
especie y la lengua cerdilicia. No había entre ellos una concepción de grupo ni
de comunidad. Se podría afirmar que sólo eran cerdos sociales (un poco
frívolos, un poco indiferentes). Cada uno provenía de un estrato social distinto
y fue educado con modales e ideas disímiles.
El
primero, el más pobre, se construyó una casa de paja. No era la mejor casa:
tenía sus goteras los días de lluvia, pero era lo que este cerdito podía pagar.
Era visto como vago y perezoso por el segundo (que era bastante prejuicioso).
Este último no entendía por qué no se construía una casa mejor. Le parecía que
era lábil y de mal gusto. También le molestaban sus modales bruscos (mostrar
los granos de maíz mientras come con la boca abierta), sus faltas de ortografía
y que ponga la música a todo volumen. “Debe ser un chancho mestizo, salvaje”.
Una sucesión de
hechos hicieron que las cosas cambien. Un anillo bañado en oro rosa de la
esposa del cerdito ni rico ni pobre despareció de su casa. Las miradas cruzadas
y las sospechas comenzaron a hacerse lugar. No encontraron pruebas, pero
socialmente se culpó al cerdito pobre. Había estado arreglando el techo de la
casa del cerdito ni rico ni pobre.
Otras cosas
empezaron a desaparecer durante la noche. La sociedad de cerdos estaba
preocupada. Escandalizada. Echaron al jefe de la policía. Era un cerdo. Un
cerdo policía. Y decidieron contratar lobos. El oficial Wolfenmalen quedó a
cargo de la comisaría 127. Era famoso por sus dientes y garras afiladas, por su
mal carácter y por tener unos pulmones que podían tirar una casa abajo.
Los lobos
habían rodeado la casa del cerdo pobre. Con un megáfono le insistían para que
saliera, lo amenazaban. El cerdito repetía “soy inocente, hasta que se
demuestre lo contrario”. Y Wolfenmalen
sopló y sopló hasta que la casa derribó. El cerdito pobre salió corriendo y se
metió por la ventana de la casa del cerdito ni rico ni pobre. Este último lo
quería entregar, pero el pobre trabó la puerta y se tragó la llave. “Soy
inocente hasta que se demuestre lo contrario”, les repetía a Wolfenmalen y los
suyos.
La casa de
cerdo ni rico ni pobre era de madera. No tan precaria como la de paja, incluso
algo más resistente. Pero Wolfenmalen aspiró y aspiró arrastrando ovejas,
árboles, cercos inflando sus plumones al máximo. Cuando sopló un remolino salió
de sus fauces y destruyó la casa.
El cerdo pobre
escapó y secuestró al cerdo ni rico ni pobre bajo amenaza (un cuchillo
filoso-filosísimo en la yugular). Se escondieron entre los arbustos. Corrieron
y corrieron. Saltaron un paredón. Hasta que se metieron en la propiedad del
cerdito rico. El mayordomo del cerdito rico, al ver que había intrusos en la
propiedad, soltó a los perros. Los perros se babeaban con sólo pensar dar una
probadita a esa panceta movediza.
Finalmente los chanchos forzaron una puerta y
entraron. Recorrieron la casa en busca de un escondite. Los pasillos eran
interminables, llenos de cuadros, tapices y alfombras lujosas. Estaban
asombrados.
Entraron en un
cuarto y estaba el cerdo rico, leyendo en un sillón. Interrumpió su lectura, se
acomodó el monóculo, y le dijo “¿Qué precisan los señores?”.
“eehh… queremos
aprender un poco acerca de… literatura”. Uno de los cerdos espío el título del
libro que estaba leyendo y mencionó al autor entre otros grandes clásicos como
Honorato de Cerdac, James Joinks y Geoffrey Chanchaucer.
“Qué oportuno”.
El cerdo rico
les explicó acerca de diferentes teorías y posibles lecturas que podían hacer.
Wolfenmalen
amenazaba desde afuera, pero nadie escuchaba nada a través de esos gruesos
muros de piedra. Sus plumones soplaron y
soplaron, aunque no pudieron derribar la casa.
Cuando el cerdo
rico terminó de responder cada una de sus infinitas preguntas. Tocó la campana,
para que el mayordomo los echara.
Los cerdos
fueron a parar a la calle y allí Wolfenmalen los apresó. Al cerdo pobre lo
arrestaron por ladrón y fugitivo, al cerdo ni rico ni pobre por encubrimiento.
Esta es la
historia de los tres cerditos sociales y del autoritario lobo feroz.
Y colorado
colorín, esta historia ha llegado a su fin.
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