El hombre que me abrió la puerta fue
evasivo. Mientras entraba noté que me miraba de costado, no pudiendo evitar
cierta curiosidad, aunque enseguida se volvió para el otro lado. Me di vuelta
en el pasillo para atraparlo mirándome, pero ya había cerrado la puerta. Me
dirigí al centro de la habitación, donde ella estaba acostada. No la conocía. Acaricié
su cuerpo sin decir una palabra. El primer contacto tuvo el encanto del
descubrimiento. Metí una mano por debajo de la sábana, sentí su pecho, su
vientre. Arrastré el revés de la mano, con suavidad, por sus hombros. Después
me desnudé mirando hacia la pared, dándole la espalda. Quería cierta intimidad
para ese trámite. Me metí en la cama sin mirarla. Después sí, miré de cerca su
pelo, le besé el cuello al costado, al lado de un lunar que me gustó. Me subí
encima, sosteniéndome con los brazos para no aplastarla con mi peso. Luego
empecé la cópula, con cierta torpeza, algo levemente vergonzoso, pero poco a
poco sentí cómo los cuerpos se iban acoplando, aunque no demasiado, porque me
gusta algo de ese extrañamiento del otro cuerpo. Sin embargo, con la repetición
de los movimientos se fue mitigando la rudeza del coito. Allanados los
primeros pasos en falso, el baile sexual comenzó a desenvolverse sin contratiempos
notorios. Mi transpiración ya mojaba el contacto de nuestras pieles. Me
maravillaba que solamente podía sentir las partes de mi cuerpo que eran tocadas
por el de ella. Estando yo boca abajo, mis rodillas sentían la rigidez de sus
muslos, pero tenía que concentrarme para advertir que mi espalda existía. Eso
me distrajo un poco de mi deseo y pasó algún tiempo hasta que me sorprendí pensando
en estas cuestiones anodinas, sobre su cuerpo, sobre el apasionante misterio
del otro, es decir, pensamientos que a veces tengo cuando me distraigo en un
taxi, en una sala de espera. Volví a mi cuerpo como un despertar. Me concentré
en sus rasgos y, sobre todo, en sus gestos. Otra vez el deleite de la pelea entre, por un lado, la sincronización amable y, por el otro, los movimientos tímidos, titubeantes frente a un
cuerpo desconocido. El encuentro contradictorio de ambas situaciones me llevó a
eyacular algo antes de lo previsto. Me quedé unos segundos abrazado a su
cuerpo. Si no hubiera sido por la temperatura de su cuerpo, casi podía olvidar
que estaba muerta. Me levanté, me vestí otra vez de espaldas a ella, y me fui
sin decir palabra, aunque antes me detuve un segundo a ver su cara tensa, su
pelo algo alborotado. Caminé por el pasillo blanco y abrí la puerta. El hombre
ya no estaba.
1 comentario:
Me gustó. Bueno el final. No me termina de convencer el registro alto en general. Términos como cópula, mitigar y anodino creo que no te convienen. El narrador está en primera. La pregunta es quién transita una situación así de esa manera.Tal vez un médico forense en una morgue.
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