28/3/11

Bocas abiertas

A la entrada del salar de Uyuni está el cementerio de trenes. Un turista argentino comenta cómo las historias latinoamericanas son hermanas. Habla de Perón, de trenes. Pregunta al conductor de la camioneta sobre la historia local. La respuesta es seca y general. El argentino no logra tirarle la lengua y comienza a hablar con las chicas que lo acompañan. Se sorprenden de la historia de explotación de los recursos y de las personas. La conversación los lleva hacia la Argentina y a una discusión amistosa sobre próceres. Cuando hay opiniones encontradas, se concilia en términos amables; a fin de cuentas, son turistas jóvenes conociendo y disfrutando del altiplano boliviano. La charla discurre plácidamente en la convicción de las atrocidades que castigan el suelo americano.


En medio del salar ya no hay trenes, hay sal. Sal y cielo. Ya no hay rastros de las rigurosas heridas de la historia, no hay indicios del futuro. Sólo sal y cielo. Un tiempo perpetuamente igual a sí mismo. La conversación se apaga, cede al silencio.


A la salida están los ojos, pequeños círculos de agua en medio de la sal donde brotan burbujas desde el fondo del mundo. Cae el sol y oscurece y se renueva la ilusión del tiempo.

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