5/4/11

Tomando el té

Aparece el mayordomo Delnudo entre la frondosa vegetación del salón de té del club, cuya arquitectura, de riguroso constructivismo soviético, está ambientada con detalles de tropicalismo alemán. Se presenta en la única mesa, ocupada por dos comensales, que no comen, sino que se disponen a tomar el té, que no es té.

MARCELO BIELSA: (Lenta y concienzudamente.) Yo quisiera un mate cocido, si no es molestia. Porque un té me parece una infusión muy sosa para esta hora, y preferiría algo más vertical, aunque no tanto como un mate común, porque en ese caso la infusión no respetaría las circunvalaciones intestinales, que exigen rodeos precisos.

BORIS VIAN: Yo también quiero una infusión. Doble.

Delnudo reaparece con un mate cocido y un whisky doble.

M.B.: El whisky no es una infusión, ¿no le parece?

B.V.: ¡Cómo que no! Yo creo que sí, y no creo que sea disparatado. De hecho, es una opinión muy difundida y aceptada. Aunque, claro está, también hay multitudes que piensan todo lo contrario. Pero no es mi caso. Es el caso de todos los demás.

M.B.: En ese caso me parece que no podemos ponernos de acuerdo.

B.V.: Entonces nuestras diferencias son irreconciliables. Me temo que voy a tener que matarlo, o más bien cesar nuestra amistad.

M.B.: Mire, usted pretende algo imposible, porque no podemos discontinuar un proceso que todavía no está en marcha. Considero que recién nos conocemos y en ese caso la posibilidad de una presunta amistad es exagerada o, le diría, inadecuada. Nuestras relaciones se podrían encuadrar mejor en otras palabras. Porque si, por un lado, la amistad demanda una especial afinidad confirmada por el paso del tiempo y reconfirmada en las distintas situaciones, ya sean de gloria y victoria o de fracaso y desilusión; y, por otro lado, nosotros recién nos conocemos, aunque tampoco diría que nos conocemos porque hasta hace un rato jamás nos habíamos visto, entonces, recapitulando, digamos, entre lo que requiere una amistad y el tiempo que compartimos hay una incompatibilidad por la cual nuestra relación no es de amistad sino que la definiría, digamos… como una conversación incipiente.

B.V.: ¡Pero! Romper relaciones con usted, sin embargo, se está volviendo tan engorroso que no parece condecirse con el tiempo que dice que nos conocemos. Igual, me importa un rábano cocido al vapor con comino frito en colchón de hojas de bledo comidas por la tripulación sobre el carajo. Ahora sí, nuestra relación, sea la que sea, está rota para siempre.

M.B.: ¿Usted es feliz?

B.V.: ¡Que me parta un rayo, o me electrocute un hacha! Parece que en el ambiente del fútbol las rupturas irreconciliables son cada vez más cortas, debe ser por el vértigo de la globalización, de los mercados financieros, los tres puntas y los líberos y stoppers, que no se amoldan al ritmo cansino de los laterales argentinos ¿No le digo que no tenemos más relación? No pienso rebajarme a las costumbres de su ambiente inculto. Aunque estoy dispuesto a una tregua en nuestras hostilidades hasta el final de la página.

M.B.: Pero tal vez el recuadro no termine en la línea de fondo. Yo siempre lo intento, y es lo que pretendo del juego, pero eso depende del diseño, que puede poner el límite en otra parte. Aunque la intención es ocupar todos los espacios de la página, no permitir que progresen otros contenidos.

B.V.: ¡Delnudo, otra infusión! Disculpe, no lo estaba escuchando ¿Qué me preguntaba?

M.B.: Si usted es feliz.

B.V.: Claro que sí. ¡Soy un personaje de contratapa! Aunque siempre hay peligros, como hoy, que me sentaron al lado suyo. Pero, ¡qué buen escocés!, sí que soy feliz.

M.B.: Por supuesto, así como la opción de pase por la banda siempre es vertical, la opción de personaje de contratapa siempre es liviana, alegre, despreocupada. Parece tentador pero… ¿no le da culpa? ¿No se siente que tácticamente, digamos, no ocupa todo el espacio?

B.V.: ¿Quiere decir vacío?

M.B.: Bueno, en un sentido, le diría, por un lado…

B.V.: (Interrumpe.) ¿Por qué mira siempre al mate cocido cuando me habla?

M.B.: Porque evalúo constantemente lo que estoy diciendo y quisiera disponer de la máxima concentración para no desviar mis esfuerzos al análisis de la valoración que hace mi interlocutor de lo que estoy diciendo. (Mira a B.V. a los ojos un instante.) ¿Lo ve? Ahora sopeso la mueca sarcástica de su cara, que me impide progresar por esta vía discursiva y me obliga a buscar por el otro costado.

B.V.: No es sarcasmo, es desprecio, pero debo reconocer que usted me cae bien.

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