21/5/11

El empalado



Al gran Bogey.


Como las moscas y las ratas, las torturas acompañan a la humanidad en su periplo. Y entre aquellas que se repiten cada cierto tiempo, en distintas latitudes, está el empalamiento, que consiste en atravesar a la víctima con una estaca.
Como casi todo acto cruel, el empalamiento admite grados. En su extremo peor, y quizá más refinado, la vara se introduce sin afilar, por el ano, para luego izarse con una inclinación que evita la herida de los órganos vitales –hacia el hombro derecho–. El palo funciona entonces como tapón de la hemorragia, y dilata la agonía del cuerpo encumbrado que se hunde, por su propio peso, en una muerte lenta de dolor pleno. Quien haya sufrido una constipación de relativa importancia –estimo– puede imaginarlo a la distancia.
Las variedades de la práctica son ricas: empalamiento simultáneo de ano y vagina en caso de mujeres, en cuclillas, haciendo que la vara salga o entre por la boca, entre otras.
Se habla de un rey persa que, algunos siglos antes de Cristo, mandó a empalar a unos tres mil babilonios. Vlad Draculea, príncipe de Valaquia durante el siglo XV, empaló a decenas de miles de niños, mujeres, hombres y ancianos, tanto extranjeros como connacionales, para ganarse su lugar en la historia como Vlad Ţepeş –en rumano, Vlad el Empalador *–.
También en nuestro continente se enarbolaron personas. Luego de llegar a América con el título de “Alférez General del Descubrimiento del Dorado” –toda una expresión de deseos–, de abandonar a su tío materno en esa misión, de ayudar a la defensa de Caracas, de vencer en una pelea cuerpo a cuerpo al cacique Paramaconi hasta casi darle muerte –y con quien, recuperado, entablaría una amistad basada en la mutua admiración por ese enfrentamiento–, entre otros coloridos sucesos colonizadores, el extremeño Garci González de Silva fue nombrado encomendero. En calidad de tal, ante la resistencia de los indios meregotos en el cerro El Calvario, cerca de la ciudad venezolana de Cagua, ordenó el empalamiento de los que fueran capturados. La medida dejó su marca: el cerro pasó a llamarse El Empalao.
Para quienes aprecien la naturaleza ambivalente del ser humano, no implicará una sorpresa que dos símbolos casi naturales de la vida, el árbol y el bosque, puedan transformarse en el de su opuesto, la muerte –en una operación inversa a la de Cristo–.
Vlad El Empalador logró en 1461 que Mehmed II, El Conquistador –quien en 1453 había propiciado la caída del eterno imperio Bizantino al tomar Constantinopla; es decir, un curtido sanguinario–, regresara a la rebautizada Estambul sin atacar Târgovişte, tal como se proponía, con la sola visión del “Bosque de los Empalados”: un valle donde unas veinte mil personas de variado origen y edad habían reemplazado a las hojas.
Bosque como símbolo de vida transformado en símbolo de muerte, y yo diría, a la vez, de vida. De muerte, por los empalados; de vida, por los empaladores, a quienes los temibles y poderosos turcos ni atinaron a doblegar.
Por supuesto, los símbolos son cosa de los hombres y no de las cosas. Supongo que bien sabía Vlad Draculea, en su calidad de ortodoxo convertido al catolicismo, que no toda madera con sangre representa lo mismo.
En fin, yo quería escribir un monólogo interior de un empalado –por eso el título–. Después pensé en poner partes del soliloquio de Molly Bloom en cabeza de una empalada. Al final me limité a reformular los conocimientos más inmediatos que del tema selecciona el buscador más popular de internet. Tal vez en otro momento, u otra persona, arriesgue alguna de las dos posibilidades iniciales.
Advertencia tardía al lector tolerante: es probable que nadie haya verificado ninguna información ni sus fuentes. Esto se dice en letra chica a propósito, no por falta de espacio.



* Para explicar el fenómeno de Vlad III se aventuran dos hipótesis: por un lado, la necesidad de intimidar a enemigos internos poderosos y a ejércitos externos muy superiores a las fuerzas nacionales, en un momento convulsionado de la Europa Oriental; por el otro, la patología del propio Vlad Draculea. Es tal la magnitud e intensidad de las masacres que llevó a cabo, con todo, que se las hace operar en forma concurrente.


1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Vago! Me había ilusionado con este comentario. No pensé que era una refinería de wikipedia. Igual es entretenido y me gusta el final.