28/1/12

Estados de conciencia

¿Qué me pongo?, mierda, me quedan diez minutos y todavía me tengo que lavar el pelo, refunfuñé afligida. Colgarte un aro de bronce en el pezón izquierdo de unas tetas recién hechas no es muy buena idea, reflexioné, mirándome al espejo del baño, con el aro en la mano, a punto de ponerlo. Además no pegan con el corpiño: listo, punto final, dispuse, y lo clavé en el jabón. Entonces pensé qué raro, yo no tengo un aro como ese. Debo estar soñando, deduje, y la imagen de mi cuerpo erizado, reflejada entre los suéters blancos de vapor que bailaban por el aire, al compás suave del fluido de la ducha, me fascinó. En el mismo instante de tristeza en el que advertí que había perdido el baño y mi oportunidad –llevaba más de diez minutos absorto en mis pechos de perfecto bisturí y el agua, ya fría, seguía corriendo–, me percaté, además, de que ni siquiera tengo tetas. Estás dormido, Carlos, ya te dije, insistí con fastidio, y giré hacia el otro lado de la cama.

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