En la metáfora veo la forma de nuestra mente, hecha de hallazgos y cuerpos extraños, de iluminación y adulteraciones.
¿Cómo explicarla, sino
porque es nuestra?
Encontramos lo porcino en
las facciones de un amigo, o mucho de caballo en la cara de aquella señora.
Los límites, o hábitos, son
claros: nadie nota la particular eduardez en el rostro de ese cerdo, que come
ansioso entre los otros, ni la peculiaridad de aquel potro, que va al paso con expresión
tan a lo Gutiérrez.
¿Comentan dos hormigas, en
voz baja, o moviendo con disimulo sus antenas, la oruguidad de una tercera?
¿Se encuentra ese delfín –¿y
se enternece?– con la mirada curiosa de su cría en los ojos del pequeño, perdido
calamar?
No hay comentarios:
Publicar un comentario