No
quedó otra que resetearlo. Comportamiento inexplicable reiterado, una falla en
53.000 millones. Es imposible que vuelva a suceder, aseguró el técnico: estaríamos
hablando de una probabilidad en 739.841 millones. Ahora yacía en el sillón,
conectado a su fuente, como un niño. En una o dos semanas volvería a la
normalidad, pero mientras tanto debían monitorearlo, dijo el profesional al
retirarse.
Su plan no cubría el reemplazo ni la recuperación en el taller de la empresa. Qué lastre, pensó Rodolfo. Ahora no solo tenía que volver a poner el cubículo en orden, además iba a tener que hacer las veces de niñero.
Su plan no cubría el reemplazo ni la recuperación en el taller de la empresa. Qué lastre, pensó Rodolfo. Ahora no solo tenía que volver a poner el cubículo en orden, además iba a tener que hacer las veces de niñero.
Sin
embargo, cuando cerró la puerta y se volvió hacia Tito para lanzarle una galaxia de reproches
en cada ojo, no pudo evitar compadecerlo, quererlo, extrañarlo. Entonces juró cuidarlo como se merecía, con esmero, aunque eso significara dormir menos y no
cumplir con sus obligaciones en forma correcta, al menos por un tiempo.
Al
octavo día comenzó el proceso de reprogramación intensiva. Al décimo, Tito
abrió los ojos y dijo “Hola amo”. Rodolfo flotaba de alegría.
El
problema surgió a las 20:37 del día catorce. Rodolfo retiró su porción de
comida del rapichef y se sentó junto a Tito para charlar un rato de las
noticias –algunas funciones ya operaban de manera apropiada–, pero él se
levantó con su agilidad característica, aplastó el plato contra la
cara de Rodolfo, y lo sostuvo del tobillo izquierdo, colgando de pies a cabeza,
hasta que llegó el servicio de emergencias, seis minutos y medio más tarde.
Rodolfo
alcanzó a recuperarse para ver cómo se llevaban a Tito, ya anulado: un pedazo
informe de plástico y silicona. Durante unos momentos la gente de la empresa le
ofreció infinitas disculpas y le explicó de mil amores el protocolo a seguir en estos casos. Rodolfo intentó reternerlos, con su modo patético y torpe, pero apenas estuvieron
seguros de que se encontraba sano, se despidieron limpiamente. Sentado en el
sillón, en la soledad compacta del cubículo, Rodolfo se largó a llorar. Pronto se
quedó dormido.
Hacia la medianoche, a través de un dolor de cabeza aplastante, Rodolfo abrió los ojos. Una lujosa S-25, último modelo, lo miraba sonriendo.
3 comentarios:
Divertido, Tor. Me gustó.
Si seguimos así en un tiempo vamos a tener material para armar una novela de ciencia ficción...
Dentro de dos o tres vidas la terminamos
Se nota lo Gran Hermano?
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