27/10/13

Una probabilidad en 739.841 millones

No quedó otra que resetearlo. Comportamiento inexplicable reiterado, una falla en 53.000 millones. Es imposible que vuelva a suceder, aseguró el técnico: estaríamos hablando de una probabilidad en 739.841 millones. Ahora yacía en el sillón, conectado a su fuente, como un niño. En una o dos semanas volvería a la normalidad, pero mientras tanto debían monitorearlo, dijo el profesional al retirarse.
Su plan no cubría el reemplazo ni la recuperación en el taller de la empresa. Qué lastre, pensó Rodolfo. Ahora no solo tenía que volver a poner el cubículo en orden, además iba a tener que hacer las veces de niñero.
Sin embargo, cuando cerró la puerta y se volvió hacia Tito para lanzarle una galaxia de reproches en cada ojo, no pudo evitar compadecerlo, quererlo, extrañarlo. Entonces juró cuidarlo como se merecía, con esmero, aunque eso significara dormir menos y no cumplir con sus obligaciones en forma correcta, al menos por un tiempo.
Al octavo día comenzó el proceso de reprogramación intensiva. Al décimo, Tito abrió los ojos y dijo “Hola amo”. Rodolfo flotaba de alegría.
El problema surgió a las 20:37 del día catorce. Rodolfo retiró su porción de comida del rapichef y se sentó junto a Tito para charlar un rato de las noticias –algunas funciones ya operaban de manera apropiada–, pero él se levantó con su agilidad característica, aplastó el plato contra la cara de Rodolfo, y lo sostuvo del tobillo izquierdo, colgando de pies a cabeza, hasta que llegó el servicio de emergencias, seis minutos y medio más tarde.
Rodolfo alcanzó a recuperarse para ver cómo se llevaban a Tito, ya anulado: un pedazo informe de plástico y silicona. Durante unos momentos la gente de la empresa le ofreció infinitas disculpas y le explicó de mil amores el protocolo a seguir en estos casos. Rodolfo intentó reternerlos, con su modo patético y torpe, pero apenas estuvieron seguros de que se encontraba sano, se despidieron limpiamente. Sentado en el sillón, en la soledad compacta del cubículo, Rodolfo se largó a llorar. Pronto se quedó dormido.
Hacia la medianoche, a través de un dolor de cabeza aplastante, Rodolfo abrió los ojos. Una lujosa S-25, último modelo, lo miraba sonriendo.

3 comentarios:

F.G. dijo...

Divertido, Tor. Me gustó.

Si seguimos así en un tiempo vamos a tener material para armar una novela de ciencia ficción...

PAR dijo...

Dentro de dos o tres vidas la terminamos

PAR dijo...

Se nota lo Gran Hermano?