Mi memoria, señor, es como vaciadero de
basuras.
Funes el memorioso
Antes del
suceso, sin dudas fascinante, que cambiaría
las cosas para siempre, pero que antes
de suceder era impensable, entonces, ese momento previo adquiere ahora en
retrospectiva una importancia póstuma. Justo antes entonces Epifanio Céspedes
estaba en su departamento de San Isidro, tendido con alguna negligencia en el sillón, tal
como lo había depositado un desmoronamiento controlado, de modo que todo su
peso se distribuía en los puntos de contacto azarosos que habían resultado de
esa indolencia. Como no logró entrar en sueño, giró sobre los almohadones y vio
la mesa ratona, encima sus utensilios y un gorro fez que le habían traído de
Marruecos y que le recordaba a la Ardilla Atómica y a algún documental de
guerra. La fatiga aplazó el armado del cigarrillo de marihuana, pero en cambio
algunas inquietudes del ámbito del deseo arruinaban la armonía de la pereza y
obstaculizaban la siesta. Luego de una duermevela plagada de descanso y
erotismo, Epifanio comprendió que se estaba cayendo del lado de la vigilia.
Dio unos
pasos hasta el baño, se masturbó con ímpetu tranquilo, no pudo evitar durante
la operación reconocer algún desorden en el armario abierto, y luego la
consabida manchita de cemento que se había filtrado entre los azulejos. Eyaculó
con el placer de una verdad revelada, satisfactoria y poco afecta a la duración
sostenida. Usó el último tirón de papel higiénico, luego se enjuagó, apagó la
luz y antes de salir sintió que algo le rozaba la cabeza en la oscuridad. Le
restó importancia y fue al sillón, y cuando ya se disponía a picar la planta
seca para liar su porro notó que sus manos estaban ensangrentadas. Pensó en
volver al baño para verse en el espejo, pero un gusto ferroso en la boca lo
impulsó a escupir al piso, y comprendió que la sangre brotaba de la garganta.
El terror paralizó la vuelta al baño y pronto sintió un mareo. Quiso
recomponerse, pero no entendía nada.
En su
convalecencia, tuvo una inyección afiebrada de recuerdos que se organizaron
cronológicamente, su vida desde los convencionales inicios expuesta rauda y sin
descanso donde emergía un puñado de momentos en toda su lentitud: el olor a
garrapiñada caminando con sus padres por el Tigre, no la mediocre iniciación
sexual como hubiera pensado, sino una mirada insignificante y definitiva de su
vecinita antes de mudarse a capital, una humillación temprana en la
adolescencia, sin personajes, metonímica hasta la abstracción del detalle puro,
el temor del último examen de la universidad, la bufanda que olvidó su mujer
cuando lo dejó por vago, no el viaje memorable a Río de Janeiro, sólo el placer
de la rememoración en Buenos Aires, el momento en que se perdonó la distancia
con su hermano, sólo años después de su muerte, el descubrimiento de la
traición de su amigo que prefirió ignorar, el sabor intenso del último pan
tostado con manteca, que remitía a cualquier desayuno de su vida y por eso pervirtió
el tiempo de su biografía sucinta.
El resumen quiso respetar todavía cierta
trayectoria y continuó con unas manos ensangrentadas y un gusto ferroso en la
boca, pero enseguida una precipitación de recuerdos recomenzaba. Otra vez su
vida, levemente desfasada, con sensaciones fuera de catálogo y situaciones que
creía no haber atravesado pero que sin duda recordaba. Cuando nuevamente llegó
a la última hora, esta vez acostado en un hospital cercano a su departamento,
en ese mismo instante dentro del instante en el sillón de San Isidro, otra vez implosionó el recuerdo. Los relatos se sucedieron, uno dentro de otro, y cada nueva
reminiscencia forzaba más lo que había creído su pasado. Cuanto más se cristalizaba
un hecho significativo en una vida, más celeridad adquiría en la siguiente, y
en cambio otros asuntos intensos pero inesperados se ralentizaban con vigor a
cada nueva vida que se abría en el borde de la vida anterior. Ya no sabía si repetía sus
experiencias o migraba a otras vidas pasadas o contadas. El futuro era absurdo, pero el pasado estaba aún por escribirse.
1 comentario:
Un mes de sueños, evidentemente.
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