Un poema consiste en una pausa.
En una desaceleración de la velocidad de la
lectura a medida que los ojos se aproximan al final de una línea.
Un lector precavido la ve venir como una liebre que
cruza la ruta, a lo lejos. (También imagino un hombre en un sillón, leyendo el
diario junto a una ventana, una apacible mañana de domingo).
Un lector atolondrado verá sus pies tratando de
avanzar sobre un piso que desapareció de golpe y lo único que le queda es el
horror al vacío.
Un poema es una repetición de una pausa y de un
pensamiento
que, arbitrario, teje de noche y desteje de día
los deseos y elucubraciones más pomposas
y las más inocentes también.
Una sensación de suspensión del tiempo,
de estar en la quietud del ojo de un huracán,
de presenciar el instante previo al milagro,
en el que se dilatan las pupilas, se abren las
fosas nasales y se llenan los pulmones de aire.
Una
repetición es una insistencia.
Una
aparición de un gesto pasado.
Es un
movimiento o una acción que viene del más allá,
como
un fantasma inoportuno.
1 comentario:
Hermoso Francis
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