28/6/14

La dilación

La luz ahogada del farol balanceándose entre la cortina de agua y las nubes espesas iluminaba poco el andén de la ínfima estación donde el tren se detuvo, casi ciego, entre chirridos, silbidos, bufidos, y un fuerte sofión, para ya no seguir. El guardia explicó que esperarían a que el clima mejore –tempestad espantosa, repitió más de una docena de veces.
A esa altura del recorrido solo quedaba un puñado de pasajeros dispersos. Cada uno se resignó a su modo: hundiéndose en las camas o en los asientos, en los periódicos o en las ventanas, en el baño o en el bar.
El forastero no lo dudó ni un instante. Se abrochó hasta el último botón del gabán, se puso la maleta sobre la cabeza y se lanzó al temporal. Caminó un par de cuadras de asfalto escurrido, se puso debajo de un toldo empachado y fumó un cigarrillo en parte húmedo y en parte mojado: por entero asqueroso.
Después fumó otro, algo mejor, pero los labios azules y los dedos tiritando casi no le permitieron sentirlo –lo fumó con los ojos.
Ya había visto la luz anaranjada respirando a través del vidrio empañado y de la gruesa cortina violeta, a unos metros a la izquierda, en la otra vereda. Cruzó, se volvió una vez más a la oscuridad de la noche, giró resignado el picaporte de hierro y entró.

No hay comentarios: