Se acomodó el saco, enredó la bufanda sobre su cuello
y dio un portazo. Comenzó a caminar. Pasó unas cuantas entradas de casas y
edificios bajos, un local de lotería. Se distrajo con la luz de tubo blanca de
una carnicería y frenó a mirar. En la vidriera, un grupo de pollos amuchados y
dos fuentes de milanesas arenosas y pálidas. El carnicero rebanaba en bifes un
corte ancho con hueso dándole fuerte golpes a la tabla. Se decidió a entrar.
Saludó tratando de que sus miradas se encontraran, pero el hombre seguía
concentrado en sus manos, la carne y un enorme cuchillo cuadrado. La mano era gruesa, peluda. Una mosca sobrevolaba las achuras posándose cada tanto sobre la
oreja izquierda del carnicero o su mano. Pidió una buena cantidad de paleta,
leche y huevo. Salió del local. Un gato dio un salto desde un contenedor de basura,
olfateó el piso y se metió debajo de un falcon. Las flores de jacarandá vestían la vereda de lila. Algunos autos circulaban en ambas
direcciones sobre el asfalto gris con las luces prendidas. Los cables de luz cortaban
el cielo. Estaba anocheciendo.
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