28/6/15

Otium interruptus

Se despertó a media mañana de su primer lunes libre, inmejorable, entre sábanas y mantas solo suyas, y con el orfeón sedante de la lluvia ribereña rodeando la casa de madera. Exprimió el goce del momento, de manera semiconsciente, hasta que las aguas del cuerpo lo empujaron fuera de la cama.
Cuando bajó a la cocina, contempló con candor el fuego, el agua en la pava, en la yerba, en el pasto, en el vidrio y en el lomo del gato que frotó su pierna, aliviado porque al fin algo o alguien había abierto la puerta ventana. Se acomodó en la silla de mimbre, masticó un pan con queso, sorbió ruidosamente el brebaje verde sudamericano que su esposa le había inducido a adoptar como parte de la rutina, y retomó en la página marcada el libro de divulgación científica sobre teorías del universo que lo venía deslumbrando.
En tinta roja, con los firuletes exóticos de su idioma materno, anotó concentrado y entre líneas: los no concretos, anti cotidianos particulares… lo que el destino no urde, lo que la miasma atemporal deshilacha. Siguió masticando, sorbiendo, leyendo, hasta que levantó la vista y la cadena de charcos saltarines del patio le produjo un efecto levemente hipnótico. Cuando volvió en sí, escribió en el margen superior, sin pensar: Cruel ironía la de prodigar seres que buscan luz y calor en un universo que se apaga y enfría. Entonces cerró el libro, sonriente.
La felicidad de la sentencia espontánea lo relajó. Se dirigía al baño cuando sonó el timbre, tan inesperado como inoportuno. Dudó un instante, pero al fin se acercó a la ventanita junto a la puerta y miró hacia afuera, tratando de no ser visto. No lo logró. La señora Petersen, enfundada en su viejo uniforme scout, bajo un fino paraguas lila, agitaba la mano, exultante de alegría.

1 comentario:

F.G. dijo...

Bueno. No me gustó lo de brebaje sudamericano. El resto me encantó.

No soy un robot.