"Las manos de mi madre son como pájaros en el aire".
Peteco Carabajal
"Como un pájaro en el cable, traté, a mi manera, de ser libre".
Leonard Cohen
Me
llamaron de la escuela. Mi hijo había estrangulado el canario de la recepción.
Al parecer, alguna confusión le surgió cuando le quise explicar aquello de que
es mejor tener pájaro en mano que cien volando. Recuerdo vagamente esa
conversación con mi hijo, cuando le quería explicar que todo no se puede, que
se contente con el helado que había elegido. Mientras se lo contaba, me cruzó
la mente el chiste juvenil del pájaro en mano como imagen de la masturbación.
Esto no se lo conté a la directora, por supuesto, y este ocultamiento me puso
un poco del lado de mi hijo, me hizo su cómplice frente a mi mujer y la
directora. Exageré un poco mi indignación, juré vengar la muerte del canario
con una conversación severa, una penitencia de zapallitos rellenos, nada de papas
fritas. Y le fui a comprar otro canario al conserje.
Fui
con Lucas a comprar el pajarito, para que aprenda a enmendar errores. Mi mujer
le quería poner Luca, sin “s”, pero en el registro civil, cuando fui, lo
inscribieron así, Lucas. En gran parte porque yo le dije “Lucas”, pero esto
sólo lo sé yo, el empleado del registro civil lo debe haber olvidado. Los
primeros días se mantuvo, sin embargo, el Luca que aparentemente consensuamos.
Después se fue imponiendo el Lucas de las tablas sagradas del documento. Nos
ahorraba explicaciones. Mejor llamarlo como se llama. Bueno, el caso es que
Lucas estaba encantado con el paseo, quería comprar alpiste, una pecera, un
cobayo. Le recordé que estaba purgando un error, no eligiendo regalo. Estuvo
por hacer un berrinche. Si seguís así, le cuento al vendedor lo que le hiciste
al canario, le dije bajito, aunque el vendedor escuchó. Los niños a veces son
muy sensibles a las amenazas. Bueno, matará animales, pero al menos tiene
vergüenza, pensé. Y me felicité por el hombrecito que estaba formando, y otra
vez me felicité por llamarlo Lucas.
Compramos
el más barato. Había diferencia de precios, pero parecían todos iguales. Debo reconocer que con los animales domésticos
de menos de diez kilos no tengo mucho paladar para apreciar matices. Puedo
distinguir un galgo de un pastor alemán. Punto. Había olor a corral. Para qué
carajo querría alguien un canario. Bueno. Lo llevamos directo a la escuela
porque, según entiendo, esos bichos se mueren así nomás, y lo quería devolver
entero. Tener que ir con un canario en el auto, apurado para que no se muera. Dios
mío. Pero en el camino, solamente en diez minutos, me encariñé. Después de
todo, es mi hijo, pensé, y lo quise de nuevo. Iba mirando distraído por el
vidrio, con el pájaro en una caja sobre las rodillas. Le dije que lo quería, que no me importaba si se equivocaba, yo siempre iba a estar ahí. No sé por qué lo dije. No le interesó para nada, siguió mirando por el vidrio.
Le
dejamos el canario al conserje, que puso una cara rara. Creo que no sabía qué
cara poner. Un poco de ahora sí, el crimen está reparado. Pero también un poco
de desprecio, como si le estuviéramos entregando un canario vulgar. De todas
formas, no me quería demorar mucho, prefería irme rápido, con el canario
rebosante de salud. Esa noche, Lucas me dijo que Pipo, el canario, ya silbaba.
¿Pipo? ¿Y cómo se llamaba el anterior? Pipo, también. Me causó gracia. Me enojó
también, la frialdad del conserje, reemplazar el pajarito así nomás, y yo que
me había esforzado en elegirle uno.
A
la semana sguiente, otra vez nos llamó la directora. Otra vez el canario. No
había evidencia de Lucas, pero era el principal sospechoso. La jaula estaba
abierta. Llamaron a Lucas para interrogarlo delante nuestro. Me pareció un poco
excesivo. Dijo que no sabía nada. Cuando lo presionaron, dijo que tuvo que liberarlo,
no podía verlo encerrado. De hecho, al Pipo anterior había querido liberarlo
pero murió de miedo en sus manos. (Esto corroboraba mi teoría sobre la
fragilidad de los canarios. Me tomé unos segundos para saborear mi acierto.) El
asunto se ponía molesto, no quería seguir yendo a ver a la directora a la
escuela. Cuando Lucas volvió a su curso, prometí un castigo sanguinario. La
directora, antes acusadora, ahora parecía protectora, insinuaba que a los niños
hay que comprenderlos. Tiene 16 años,
señora. Y se quedó balbuceando, temerosa, buscando con los ojos un gesto
cómplice en mi mujer (que no prestaba atención, estaba tecleando en su celular).
Me
fui satisfecho. A Lucas ya lo había comprendido. Por eso me mostré intolerante.
Ahora lo verían como un adolescente indefenso ante un padre brutal. Tal vez lo
trataran mejor. Y se dejara de joder con el pajarito del conserje.
3 comentarios:
Me gustó el cuento, el tono que tiene, el personaje del padre. Igual creo que hay algo que no entendí. ¿lucas tiene down?
No sabría decirte.
O lucas es raro o es airiano.
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