“Y
la cara le rompí”
Agrupación
Chihuahua
Eduardo
se desplazaba por el extenso plano general del camino de vuelta. El ritmo del
motor era un ronquido regular entre las piernas. El recorrido era previsible,
para la conciencia cenital de Eduardo (empañada por el sueño y la niebla), su
moto una pequeñez lenta que repetía el trazo conocido en la toma fija.
Todo
el asunto era resumido por una visión de gran angular, a la espera de su
cumplimiento: llegar a casa a dormir. Cuando aparecía la salida de la
autopista, la moto bajaba la velocidad y doblaba por la bajada. Un bache en la
calle lateral interrumpió el plano largo, acercó la perspectiva, delineó los
detalles concretos del asfalto. Eduardo se recuperó del sopor y bordeó la llaga
que laceraba la cinta desenrollada del camino. El aire se filtró por el cuello
de la campera, le quemó los pelos de la nariz y se le humedecieron los ojos.
Volvieron las
imágenes del bar, y con ellas la noche abandonada hacía cuarenta kilómetros se
le hizo más reciente: las sonrisas insolentes de las chicas, carcajadas mudas
en la música fuerte, bailes amputados por la luz intermitente, retratos
siniestros hasta los escotes, rincones oscuros de abrazos ceniceros. El
recuerdo de la secuencia del baño: la luz de morgue, las oleadas de silencio
cada vez que la puerta rompía contra el marco, la cara en el espejo pidiendo
velorio a cajón cerrado, los efluvios del vómito en la bacha que ahora renacían
en un eructo dentro del casco.
Llegó a la
avenida. La velocidad le respiraba más cerca. Ahora circulaba en videoclip, las
luces fijas de los postes pasaban como ráfagas animadas, los semáforos apagados
centelleaban filtros amarillos. Una intromisión en el montaje: Leticia, su cara
en contrapicado, iluminada desde abajo, la risa lasciva. Luego siguió el
encuadre de los celos, primerísimos primeros planos con teleobjetivo de los
dientes, el brillo de la saliva, la sombra del sexo, la textura lúbrica de los
hombros. Rápidamente la edición mental de Eduardo agregaba risas que envolvían
la sucesión, le daban continuidad.
La casa cada
vez más cerca. Todo cada vez más cerca, más entrecortado y diagonal. La
sensación de la rueda calentándose con la fricción de la calle. Leticia cada
vez más cerca. Fotos de juventud granuladas, instantáneas de la felicidad
simple en la cocina. Todo el pasado de pronto feliz y tamizado por una pantalla
amarilla y vieja. El recurso obligado para guionar lo irreversible, el daño
irreparable. La moto exhalando vapor en la madrugada fría. Y la casa cada vez más
cerca.
1 comentario:
Hermoso.
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